sábado, 24 de agosto de 2024

 MARIPOSA RECIÉN NACIDA


Cuando la chiquilla se internó en el bosque, escuchó el sonido de un arroyo y se desvió. Las nubes se acercaron a reconocer tal osadía dejando a su paso una bruma que pintaba la vegetación de escenas fantasmagóricas. Pájaros campana y ranas amarillas lo envolvieron todo con insistentes llamados. Los pequeños zapatos escolares avanzaban como patines sobre las hojas y hacían que queso, aguadulce y tortillas se mecieran en la canasta. Esa sencilla gastronomía aderezada con el amor de su madre no debía sucumbir a un resbalón. Para aferrarse mejor al suelo y conservar el equilibrio, se quedó descalza y decidió aguantar el rechazo instintivo que le producía el contacto de sus pies desnudos con los bichos y todo tipo de malezas que salían a su encuentro. Había sido oportuno hacerse acompañar de su impermeable rojo en semejante travesía.

¿Estará preocupada la abuela por mi retraso? No lo creo, se tranquilizaba. La señora, con la obstinación de quien ha sabido encontrar un lugar de acogida en el mundo, disfruta viviendo sola. Es más, no sería extraño que ahora mismo se entretuviera atendiendo a alguna de las visitas que de la nada aparecían en la puerta de su casa. Una chica enamorada extraviada. Un muchacho que debe superar una prueba. Había jovencitas que pasaban por ahí, le ayudaban en los quehaceres y aprendían a ser compasivas o descubrían alguna verdad que se les había ocultado. Otros precisaban de más ayuda, una sobrenatural, como un objeto mágico o un don extraordinario para llevar a cabo una tarea. La astucia de su pariente era tanta que una vez volvió deseable a una doncella a quien le prodigó la pócima de un simple baño.

De esta forma iban columpiándose sus pensamientos como mono congo de rama en rama, cuando empezó a sentir dolor en la barriga. Un frío se le coló por los pies y se sintió extrañamente débil. Para paliar la incomodidad, se sentó cerca del riachuelo. Se bebió la aguadulce, que siempre entona cualquier descompensación del cuerpo y hasta del alma, y se preparó un gallo de queso tierno. Recordó entonces que su abuela le había dicho que la zona estaba repleta de hongos comestibles, pero ella no conocía su apariencia; así que se dejó llevar por sus impulsos y tomó los primeros que vio, los más coloridos, por cierto.




Pasado un rato de descanso, sintió como si no fuera ella. Los pies estaban en tierra, pero su mente revoloteaba cual mariposa recién nacida, eufórica, con la certeza de que, si bien es joven, su muerte está cerca. Una parte suya casi podía volar con las hojas de los helechos movidas por el viento. Otra estaba tan pesada como si unos yunques la atrajeran hacia una fuerza desconocida que habitaba en su vientre. A la distancia, entre un banco de niebla, un par de ojos emitían un brillo débil. ¿Será la abuela, que ha salido a buscarme con su vecino, el antiguo jefe de los guardaparques? Las linternas se acercaron hasta tomar la forma de un jaguar de ojos brillantes, que se plantó a verla, a la espera del menor descuido de la niña. Esta quedó paralizada cuando el felino le habló para decirle que no le temiera, que una bestia no representaba ningún peligro sino el hombre. La mariposa de su mente la trasladó de inmediato al pueblo, donde unos ojos acechantes la observan con odio. No sabe leer el deseo en esas miradas. Piensa que algo malo debe de haber hecho para caerles tan mal a sus vecinos, y hasta a sus vecinas, que ya no la ven como antes, sino que la examinan con recelo para luego dirigir sus ojos a otra parte.

El jaguar caminó bosque adentro y la niña descalza del impermeable rojo lo siguió, esperando encontrar en sus manchas la respuesta a lo que le estaba pasando. No lo pudo alcanzar y, peor aún, ahora su extravío era total. De repente percibió un hilillo de sangre que corría por sus piernas. ¿Qué me pudo haber pasado?, se dijo con una mezcla de sobresalto y risa tonta. ¿Me habrá mordido una coral? ¿Será que me voy a morir? Su cabeza daba vueltas mientras el sol estaba a punto de cobijarse por completo. Un destello en el horizonte dejó ver una silueta a su lado, era una criatura hecha de luz. "Yo también llevo mucho tiempo extraviado en este bosque", escuchó, y tras esas palabras creyó ver al gentil muchacho que había nacido con un pañal de la buena suerte. "Un día solo aparecí aquí", siguió diciendo la criatura, cuya forma se parecía ahora a la de esa muchacha alta, robusta y fea que durante varios años cuidó los gansos de su abuela y terminó casada con un conde. "No sé quién soy ni qué seré": eran las palabras que salían de la boca de un hombre mitad soldado y mitad hormiga, "pero no es necesario llevar prisa, todo tiene su tiempo", finalizó una joven madre cuyas trenzas largas la hicieron famosa y que esperó por años hasta ver a su familia reunida.   

Con una mano cálida y vaporosa capaz de contrarrestar el frío interno que había invadido a la extraviada desde que se acercó al arroyo, la criatura la condujo por un sendero. La niña vio de nuevo unas luces, esta vez más grandes, que salían a su paso y, movida por esa curiosidad extraña que a veces produce el temor, soltó la mano que la sujetaba y empezó a correr hacia ellas esperando que fueran de nuevo los ojos del jaguar. Mientras la amable criatura con cabeza de hormiga se disolvía en la bruma donde había tomado forma, la chiquilla pudo divisar a su abuela, que la andaba buscando desde hacía rato, sin importar que ya se hubiera hecho de noche. La mujer de cabellos grises, líneas de marioneta y ojos brillantes de sabiduría observó con ternura los hilillos rojos en las piernas de su nieta, la tomó en sus brazos y la llevó a casa, donde después de asearla y darle unas cuantas indicaciones sobre el despertar de la belleza, le preparó un té de flores de manzanilla recién cortadas del jardín. Cuatrocientas setenta y dos repeticiones de ese ciclo lunar tenía a su haber la vieja alas de murciélago, patas de gallo y piel de cebolla. Su nieta ahora estaba emparentada también con las fuerzas de la naturaleza. La sentó sobre sus regazos en la mecedora y la cubrió con un abrazo que olía a hierbas, a miel, a polen, a tierra, en ese bosque donde las copas de los árboles se besan con las nubes.



(Imagen de Hendrike, Psychedelic dingbatshttps://commons.wikimedia.org/wiki/File:Psychedelic_dingbats.png)



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