HILDEGARDA
Hildegarda de Bingen (1098-1179) es una figura portentosa. Lo fue a los ojos de sus contemporáneos, gente de la Baja Edad Media dispuesta a sentir respeto y admiración por una mujer emparedada en el monasterio de Disibodenberg en Alemania y de quien se decía que era receptáculo del mensaje divino y que tenía el don de sanar; luego la vieron establecer dos monasterios y, hacia el final de su vida, realizar complicados viajes de predicación cuyos sermones contenían reproches al clero. Bernardo de Claraval, uno de los hombres más influyentes de esa época, reconoció en ella una voz que debía escucharse y, a partir de la autorización del papa Eugenio III para que comunicara sus visiones, personas de todos los niveles sociales iban en busca de su consejo: desde estudiantes, soldados y campesinos, pasando por miembros de la nobleza, hasta autoridades del clero e incluso Federico Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, y la no menos poderosa Leonor de Aquitania.
Hildegarda también es una figura admirable para el mundo actual. Este la ha redescubierto a la luz de una producción extensa y polifacética, sin dejar de lado la distinción de las autoridades católicas al conferirle, en el año 2012, el título de doctora de la iglesia, que comparte solo con otras tres mujeres: Teresa de Ávila, Catalina de Siena y Teresa de Lisieux.
Su obra comprende libros ilustrados mediante los cuales revela sus visiones, que explican el sentido del mundo a partir del propósito divino. La Creación y la historia bíblica son temas del primero de ellos (Scivias). Treinta y cinco diálogos dramáticos forman un compendio de ética donde, mediante alegorías de los vicios y las virtudes, plantea la lucha entre el bien y el mal en la vida cotidiana y donde el universo aparece como regalo de Dios a la humanidad para su regocijo (Liber vitae meritorum). Un tercer libro revelado (Liber divinorum operum) se refiere a la acción creadora de Dios y el papel de la humanidad en este proyecto cuya trascendencia se expresa como armonía entre los elementos del universo y las dimensiones del cuerpo humano.
Para Hildegarda, la música es la forma más elevada de contacto divino. Explica la caída de Adán como la pérdida de una «armonía celeste» que el ser humano intenta restituir mediante las composiciones para alcanzar esa sinfonía cósmica que une cielo y tierra. Hoy su creación musical está disponible a través de innumerables grabaciones. Aquí una de mis favoritas: «Columba Aspexit».
De su interés por el mundo natural se desprenden dos obras. Physica es un tratado sobre las leyes de la naturaleza; presenta descripciones detalladas de plantas, animales, piedras preciosas y metales, cuya interrelación atribuye a la sabiduría de Dios. Causae et curae, por su parte, expone su idea de la salud como fuerza vital y de la enfermedad como proceso degenerativo que merma dicha fuerza; en este mismo escrito plantea que detrás del acto sexual está el poder de la eternidad. Vistas desde el conocimiento científico actual, muchas de las explicaciones que contienen estos libros son obsoletas, pero otras revelan un avance con la visión de mundo de la época.
También nos han llegado de ella otras obras como una biografía de San Disibido y una de San Ruperto, lo mismo que la lingua ignota, una lengua artificial por la que Hildegarda de Bingen ostenta el título de patrona de los esperantistas.
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En 2009, la escritora danesa Anne Lise Marstrand-Jørgensen publicó una biografía novelada sobre Hildegarda. Una biografía novelada es un género a medio camino entre los datos reales y la ficción. Se inspira en un personaje histórico, pero no apela al rigor del género biográfico, que exige una demostración de las fuentes; deja más libertad a la escritura, ante todo en la atribución de rasgos al mundo interior del personaje. No obstante, obliga a un estudio detallado de la época para lograr una ambientación creíble y no incurrir en anacronismos evidentes.
Esto siempre conduce a una disyuntiva: ¿Se valora el texto literario por su apego a los datos reales, lo cual supone que no se está distorsionando o falseando la vida del personaje, o se lo valora como un producto artístico en sí mismo, como una totalidad de sentido lograda independientemente de su adhesión a la realidad? Hablando en términos de gustos, no de mayor o menor calidad artística, prefiero una buena biografía, con sus lagunas, que dejan espacio abierto a la imaginación y a las inferencias, que una biografía novelada, sobre todo si se carece del criterio para discernir hasta dónde llegan los datos verídicos y dónde empieza la interpretación del autor o autora del texto.
La obra de Anne Lise Marstrand-Jørgensen abarca los primeros cincuenta años de Hildegarda, de 1098 a 1148, cuando obtuvo la aprobación papal para comunicar sus visiones. Deja por fuera otros momentos de su vida de los cuales se conoce más, debido a la escritura de sus obras, a su vasta correspondencia, al contenido de sus sermones y a la fama que se iba extendiendo alrededor de ella.
Frente a la imagen portentosa que presentamos al inicio, Marstrand-Jørgensen retrata a Hildegarda desde su fragilidad, que constituye un tema novelable. No se trata de la monja benedictina cuyo primer escrito, el Scivias, leyó el propio papa ante una audiencia mientras elogiaba a su autora. No es la época del reconocimiento, de la aprobación, de la publicación de unas revelaciones cuyo origen no se cuestionaba. Es el momento de la duda, de saber que ocurre algo que no se puede decir sin arriesgar mucho o arriesgarlo todo. Se siente aquí la vulnerabilidad, como en la carta que dirige Hildegarda a Bernardo de Claraval para pedir su intercesión ante el papa: «Respóndeme, a mí, tu indigna sierva, que nunca desde la infancia ha vivido en seguridad una sola hora».
Acerca del origen de sus visiones y su relación con extensos episodios de enfermedad, los razonamientos actuales son variados. ¿Mintió Hildegarda sobre aquellas a fin de tener autoridad para escribir? ¿Usaba sus enfermedades, que hoy podrían considerarse psicosomáticas y que implicaban largos periodos de postración, para manipular a quienes se oponían a sus intereses? ¿Sus «visiones», donde aparecen luces, chispas, estrellas, destellos, ondulaciones, eran más bien señales del «aura» que corresponde a procesos migrañosos y que, en el caso de una «conciencia privilegiada» como la suya, pudieron convertirse «en el substrato de una suprema inspiración extática» (Oliver Sacks)? ¿El mandato divino de escribir que tuvo a los 43 años podría corresponder a un estado de delirio producido por el aumento de estradiol relacionado con procesos menopáusicos (Janina Ramírez)? ¿La humildad de Hildegarda, quien se refiere a sí misma como «una pluma movida por el viento», oculta una vasta formación y, con ello, su acceso a diversas fuentes de saber?
Marstrand-Jørgensen no se suma a esas voces críticas del origen de la condición profética de Hildegarda. Por el contrario, sigue muy de cerca lo que la propia monja y sus biógrafos plantean sobre su predestinación. Así, al describir su nacimiento como un «círculo de luz», retoma un elemento central de lo que serán sus visiones, el círculo cósmico.
Varios documentos escritos por Hildegarda dejan constancia de que las visiones y la enfermedad la acompañaron desde sus primeros años de vida. En una carta a Guibert de Gembloux, quien luego sería uno de sus secretarios y uno de los autores de su Vita, la abadesa anota: «Desde mi infancia, cuando todavía no tenía ni los huesos, ni los nervios ni las venas robustecidas, hasta ahora, que ya tengo más de sesenta años, siempre he disfrutado del regalo de la visión en mi alma». Y, en el Liber divinorum operum, se refiere así a su fragilidad: «Desde el día de su nacimiento esta mujer vive encerrada en las enfermedades como en una red, de tal forma que su médula, sus venas y su carne son continuamente torturadas por los dolores».
¿Qué le aporta, a esa condición que plantea Hildegarda, esta biografía novelada? La parte inicial del texto literario, que abarca los primeros ocho años de su vida (de 1098 a 1106), se centra en el conflicto que supone para una niña vivir unas experiencias únicas, que no comparte con nadie más de su entorno. Marstrand-Jørgensen combina la descripción de tales experiencias con la reacción de las personas que la rodean, en especial de su madre, Mechthild.
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Veamos, en primer lugar, la forma como se refiere a las vivencias particulares de la niña. Presenta unas descripciones que proceden de la sensibilidad de esta, dejando ver que se halla invadida por la curiosidad y la alegría de todo lo que la rodea: la luz, la belleza de los campos, la vida animal, los olores, las sensaciones a través de la piel, el frío, la rugosidad de las paredes... De tal forma nos acerca a la unión mística de Hildegarda con esa Luz que percibe desde recién nacida:
«Ella ve un haz luminoso, un ojo que es mucho más grande que todos los ojos. [...] Los otros ojos no ven el ojo, pero Hildegarda escucha. La luz cobra vida y habla como si tuviera boca» (p. 41).
El cuadro de Hildegarda niña contiene otro elemento particular: una extraordinaria habilidad innata para percibir los sonidos. Según su Vita, ella no recibió ninguna instrucción musical más que la de Jutta, la joven noble con quien inició su vida monástica a los ocho años, que se limitó a la alabanza de Dios con el salterio de diez cuerdas. Marstrand-Jørgensen aprovecha este dato para enfatizar en un don especial de Hildegarda que la llevaría a apreciar múltiples posibilidades del sonido. El narrador entra en los pensamientos de la niña, como en la siguiente descripción, cargada de sinestesias, para dar cuenta de su experiencia a los cuatro años:
«El ruido que hacen los perros de papá se parece al musgo y sabe a metal. La voz de mamá tiene el mismo color que la cerveza ligera, pero su sabor no es ni dulce ni amargo, sino más bien como cuando se abre la boca al viento. La voz de Agnes es luminosa como el cielo después de la lluvia, huele a tomillo y a hierba húmeda. Los pasos de papá cambian constantemente de color: cuando habla con los demás, su voz tiene el color de la tierra y de los guijarros planos y secos del riachuelo; cuando habla a su Hild, su voz se convierte en un deshilachado sol de invierno. Los sonidos fluyen, se entremezclan y se organizan en formas variadas, dan vueltas como peonzas, giran y giran sin parar» (p. 48).
En la construcción de la protagonista, Marstrand-Jørgensen destaca una condición especial para entrar en contacto con los elementos naturales y con cuyas sensaciones la niña parece ser una. En estas descripciones de la naturaleza, se manifiesta la visión holística teológico-cósmica que se desprende de las obras de la doctora de la iglesia:
«[Hildegarda] Está hecha de piedra; solo sus entrañas, muy dentro de su cuerpo, son un sol en llamas, como el olor de los establos o el viento pesado del verano. Escucha; las piedras cantan, el gris canta, los montículos son una canción, las cavidades otra. Tonos lentos y escurridizos que fluyen al unísono a través de los oídos y los pies.
Salta y se aparta de la pared hasta un pequeño montículo al sol, hasta el olor a tomillo, salvia, agua estancada y moho. Cuando las extremidades dejan de ser piedra para volver a ser carne, se convierte en una colmena, zumbante, dolorosa, calurosa como después de una picadura. El olor tiene una voz que no puede interpretar, pero que busca en todas partes y en todo lo que hace» (pp. 109-110).
Se trata de una unión mística con la naturaleza. De tal forma, Hildegarda se siente parte de la creación divina. Así continúa la cita anterior:
«"Mamá, yo misma lo he oído, no eran solo las piedras, era la Luz, era la Voz, lo he visto, lo he oído, era un canto, es importante, ¿no quieres oírlo, mamá?"» (p. 110).
Pero esa Voz le habla solo a ella. Esa Luz se manifiesta solo para ella. Las experiencias que vive la niña no las vive nadie más de su entorno. Aquí vienen las reacciones, especialmente la de su madre, que marca el nudo conflictivo de la primera parte del texto.
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Marstrand-Jørgensen describe la vida cotidiana en el hogar de Hildebert, Mechthild y sus ocho hijos, poniendo al descubierto la inquietud que les produce esa condición que presenta Hildegarda desde pequeña. La siguiente escena ilustra la libertad de escritura, de ficcionalización, y el contexto de la vida cotidiana característicos de la biografía novelada.
«De pronto, mientras cenan, Hildegarda se echa a llorar, y sus sollozos son tan estridentes que todos dejan de comer y la miran. [...] Mechthild se levanta: puede aguantar los chillidos, pero la crispación que deforma el rostro de la niña dividiéndolo en dos partes asimétricas es más de lo que puede soportar. [...] Cuando se llevan a Hildegarda del comedor, Mechthild va detrás. Hugo se ríe, Benedikta le da una colleja para castigarle por su inadecuada reacción. Odilia sigue comiendo como si nada. "Si toda la casa tuviera que agitarse cada vez que Hildegarda sufre un ataque —dice— sería imposible estar tranquilos", y por esa observación recibe también una colleja (pp. 116-7).
Pero no todos en esa familia noble se toman las cosas con el desenfado de Odilia. Para la madre el asunto no es solo de vida o muerte —la fragilidad extrema de su hija menor se hizo notoria desde el nacimiento—; implica que el alma de la niña se salve o se condene por los siglos de los siglos.
La novelista danesa aprovecha el dato verídico, y sobre el cual se sustenta el destino de Hildegarda, de la niña ofrecida como diezmo a la iglesia, para explorar el profundo temor de una madre de la Edad Media ante la situación particular de un miembro de su progenie. El abandono de infantes era una práctica común en ese momento de la historia europea, sobre todo por motivos económicos; cuentos como el de «Hansel y Grethel» tienen, en ese sentido, cierta base realista. Una forma de no dejar a esos infantes a su suerte consistía en entregarlos a un monasterio. Pero también las familias nobles ofrecían a sus hijos como oblatos, sobre todo a los menores, por motivos religiosos, a la vez que les garantizaban así una buena educación. Al igual que Hildegarda, Tomás de Aquino (siglo XIII) fue un niño oblato, el menor de nueve hijos de una familia noble que fue entregado a un monasterio cuando tenía apenas cinco años.
El hecho de que nuestra protagonista termine destinada a la vida conventual se explica, en este texto literario, a la luz de la preocupación de la madre por su fragilidad desde el nacimiento, pero luego por el temor que le inspira su forma de comportarse.
En los documentos relacionados con la canonización de Hildegarda, se cita un episodio que demuestra su poder de profecía: la niña describe la apariencia del becerro que una vaca lleva en su vientre; al comprobarlo tras el parto, la familia decide recluirla en un monasterio, dado su «carácter diferente al de los demás». El texto de Marstrand-Jørgensen retoma esta anécdota, envolviéndola con los estados emocionales de los personajes: a la ternura y el entusiasmo de la niña, que aún no ha aprendido a reprimir la comunicación de sus vivencias, siguen el temor y la censura velada de la madre:
«Hildegarda apoya las manos en el animal, que está a punto de parir. "Hueles a dulce y cálido olor a vida, dulce vaca lechera", le susurra la pequeña, sonriendo de alegría. Sonríe porque de repente logra ver el becerro flotando en el vientre de su madre; lo ve envuelto en una aureola de luz, como una sombra en el campo, con los ojos negros y las patitas inseguras. Lleva joyas en el cuello y en las patas delanteras, y una corona de piedras y perlas, blancas como la tiza y negras como el carbón, y sonríe» (pp. 60-1).
Cuando el becerro nace y tiene la apariencia que Hildegarda dijo haber visto antes, «los pensamientos de Mecthild se llenan de sombrías sospechas» (p. 62) y termina regalándolo a Agnes, la nodriza, con lo cual el texto recrea lo que pudo haber sido un momento, no de gloria, sino incómodo, de inseguridad, de no saber qué hacer ni qué reacción tomar.
La madre representa las ideas de la época. Representa el temor ante lo sobrenatural, que está teñido de superstición, pero que también tiene asidero en el pensamiento religioso de la Edad Media. ¿Las visiones de Hildegarda proceden de Dios o vienen del diablo, capaz de adoptar múltiples disfraces para el engaño? En esa sociedad profundamente religiosa, no se manejaba el concepto moderno de estados mentales alterados en relación con las visiones y las experiencias místicas. No se cuestionaba su realidad, lo que se ponía en duda era su procedencia. Podría tratarse de «experiencias de inspiración satánica» y que, en el origen de los desórdenes mentales, estuviera un desorden del alma, producto del pecado.
Desafiar el poder eclesiástico sembrando la menor duda acerca del apego a sus dogmas hacía que cayera sobre la persona el peso de la ley. Peor aún si se lo desafiaba abiertamente. Dos siglos después de los hechos que relata esta novela, en 1310, la beguina Margarita Porete fue quemada viva: su enseñanza del «puro amor», sin ninguna mediación entre la persona y Dios, se calificó de herética y ella se negó a retractarse. Más tarde, durante el Renacimiento italiano, a sor Benedetta Carlini se la acusó de provocarse heridas que imitaban los estigmas de Jesús Crucificado, pero finalmente se la recluyó por los testimonios de «lesbianismo» en su contra. En la Francia del siglo XVII, las monjas de un convento se declararon poseídas por el demonio e inculparon de ello a un cura, quien terminó en la hoguera, hechos que pasaron a la historia como el caso de Loudun.
Lo que en un principio era para Mechthild la obligación de cumplir con la promesa hecha a Dios desde el nacimiento de su benjamina va escalando en intensidad con el transcurso de las acciones y conforme los rasgos de ambos personajes —madre e hija— adoptan mayor complejidad, hasta el punto de hacer imperiosa la entrada de la niña en un convento.
«Con toda esa claridad se imagina Mechthild que una vida piadosa puede proteger a la niña de las sospechas que la rodean, y hasta qué punto le asegurará un lugar destacado en el paraíso, si muriera antes de llegar a adulta» (p. 102).
La joven Jutta, quien planea llevar una vida de anacoreta en el monasterio de Disibodenberg, aparece como la tabla de salvación para esa madre a quien la menor de sus hijos ha descolocado:
«Si Hildegarda solo habla con Jutta, será asunto de Jutta decidir qué hacer con las visiones y premoniciones de la niña. En el convento será la abadesa quien decidirá si el problema de Hildegarda viene del cielo o del infierno...» (p. 103).
¿Cómo podrá sobrellevar el claustro una niña enfermiza que ha sentido la unión con el mundo natural de manera privilegiada? ¿Cómo manejará, dotada de la madurez de los años, el conflicto que supondrá tener visiones y la necesidad interna de comunicarlas, a lo que se sumará luego el mandato de la Luz de que las haga públicas? Estos son temas que la biografía novelada de Marstrand-Jørgensen trata en la segunda y tercera partes, siempre haciendo énfasis en la lucha interior y exterior de Hildegarda a raíz de sus visiones.
¿Cómo puede vivir en silencio durante cinco décadas alguien que ha experimentado la manifestación divina desde sus primeros años de vida? Al inicio, en la vida familiar, con esa ingenuidad de quien lo habla todo, seguida de la reacción de los otros, principalmente el temor de la madre. Más adelante, con su inserción en el mundo eclesiástico, el miedo a ser rechazada, silenciada, castigada. En esa tensión se mueve la novela. En esa sensación de vulnerabilidad frente a las revelaciones de que Hildegarda era objeto, en un mundo cuyos parámetros hoy nos pueden resultar difusos, pero que la recreación de esta biografía nos ayuda a comprender mejor.
Lecturas recomendadas
Brown, Judith C., Afectos vergonzosos. Sor Benedetta: entre santa y lesbiana (Crítica, 1989).
Carpinello, Mariella, «Dos místicas de la Edad Media: Hildegarda de Bingen y Gertrudis Hefta La Grande». En: El dulce canto del corazón. Mujeres místicas, desde Hildegarda a Simone Weil, de María Chiaia (Narcea, 2006).
Carrera, José M., Mujeres indómitas. Sanadoras de la Edad Media (Laetoli, 2021).
Cirlot, Victoria y Blanca Garí, La mirada interior. Mística femenina en la Edad Media (Siruela, 2021).
Epiney-Burgard, Georgette y Emilie Zum Brunn, Mujeres trovadoras de Dios. La tradición silenciada de la Europa Medieval (Paidós, 1998).
Feldmann, Christian. Hildegarda de Bingen. Una vida entre la genialidad y la fe (Herder, 2009).
Fuente, María Jesús, La luz de mis ojos. Ser madre en la Edad Media (Taurus, 2023).
Huxley, Aldous, Los demonios de Loudun (Navona, 2017).
Marstrand-Jørgensen, Anne Lise, Hildegarda (Lumen, 2021).
Martinengo, Marirì, «La armonía de Hildegarda. Un epistolario sorprendente». En Libres para ser. Mujeres creadoras de cultura en la Europa medieval (Narcea, 2000).
Pernoud, Régine, Hildegarda de Bingen. Una conciencia inspirada del siglo XII (Paidós, 2012).
Ramírez, Janina, Fémina. Una nueva historia de la Edad Media a través de las mujeres (Ático de los Libros, 2023).
Sacks, Oliver, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (Anagrama, 2009).
Villena, Miguel Ángel, «Biografías noveladas o cuando se unen realidad y ficción» (infoLibre, 10 de agosto de 2014).
https://www.infolibre.es/cultura/biografias-noveladas-unen-realidad-ficcion_1_1103969.html
Imágenes
Primera imagen del libro Scivias
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El hombre universal
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Hildegard_von_Bingen_Liber_Divinorum_Operum.jpg
Primera visión del libro III de Scivias
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