PENSAMIENTO CRÍTICO Y SOCIEDAD DIGITAL
¿Alguna vez ha querido averiguar sobre un tema y se ha percatado de que la información es tanta que supera el tiempo de que dispone para esa tarea? Y, si es una persona de cuarenta o más, ¿ha hecho la inevitable comparación entre las fuentes con que cuenta ahora y aquellas a que tenía acceso antes, cuando debía acudir a bibliotecas físicas, con mucha paciencia y ejercitando su capacidad de espera, para consultar revistas o libros impresos, no siempre tan actualizados como hubiera querido?
Con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, se abrieron otras posibilidades de acceso al saber. La información crece de manera exponencial en esta "turbotemporalidad" y se halla al alcance de la mano en un solo clic, siempre y cuando se esté del lado conveniente de la brecha digital. Pero eso no garantiza que sea confiable --a diario tenemos prueba de ello con las fake news-- ni que se la utilice de manera provechosa.
En la edad digital de que habla Lamberto Maffei (Alabanza de la lentitud), las comunicaciones suman a la rapidez la fragmentariedad. Además, es tiempo propicio para el "pensamiento" rápido. Se refiere a aquellas respuestas inmediatas a los estímulos del ambiente y que se asocian con la supervivencia, pero que actualmente se ha convertido en padre del consumismo.
Podríamos agregarle también la paternidad de ciertas opiniones poco profundas y esas reacciones viscerales presentes en muchos intercambios de chats y redes sociales, por citar dos escenarios. Solo piense en el inmediato "me gusta" o "no me gusta" con que, desde unas opciones establecidas de antemano, solemos responder a los estímulos de los mensajes, sin detenernos a pensar en su contenido o en otras posibilidades para reaccionar. De esta manera se tornan virales discusiones poco profundas, causadas por respuestas emotivas a unos argumentos que proliferan sin que nos detengamos a valorarlos antes de tomar partido --o no tomarlo, que también se tiene ese derecho-- y acabar, en un gesto propio de la cultura de la acusación pública, pidiendo la cabeza de la gente que hace tal o cual cosa.
Sumemos a lo anterior que es difícil sustraerse a estos escenarios comunicativos como sugiere Jaron Lanier (Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato). Una causa es que hemos pasado de recibir información a producirla --o, en la mayor parte de los casos, difundirla-- y, como pobres seres humanos necesitados de la aprobación social, nos hemos vuelto adictos a la dopamina que se libera cuando nuestras publicaciones nos hacen merecedores de likes. Además, este tipo de escenarios nos ha vuelto radicales; de ahí que en ellos también parecen encontrar gratificación personas que destruyen, con apreciaciones cargadas de odio, la obra que a otras ha costado tanto levantar. Pasa en estos casos como en "Lo más increíble", un cuento de Hans Christian Andersen que recomiendo leer.
El pensamiento crítico es una herramienta que podría ayudarnos a no andar tan descaminados por el mundo, al menos en lo que se refiere al manejo de las informaciones. Implica pasar por un tamiz de análisis racional, lento, la enorme cantidad de mensajes con que se nos bombardea todos los días y a toda hora. No en balde Marián Rojas Estapé llama, a esta, la era del exceso de información y superabundancia de la estimulación.
Una evaluación crítica requiere habilidades que corresponden al pensamiento lento, el reflexivo, producto de la actividad del neocórtex, que tome como base la duda y el rigor de la cultura científica. Es preciso cultivar un manejo de la información en que prime el componente racional y se deje de lado, por lo tanto, el pensamiento mágico, las reacciones a la ligera y cualquier principio autoritario que inhiba de buscar la verdad. La ciencia debe formar parte de la cultura, para que la ciudadanía cuente con insumos procedentes de este campo al tomar decisiones en relación con lo que ve, escucha o lee.
No me refiero solo a las ciencias duras. También es necesario recurrir a conocimientos procedentes de ámbitos como los estudios literarios, pues la literatura con cierta frecuencia motiva debates en redes sociales, y hasta en medios de mayor formalidad que se hacen eco de estas "polémicas". Tomarse un tiempo para averiguar --o repasar-- en qué consisten la ambigüedad, la ficcionalidad y la plurisignificación, así como el hecho de que la literatura no pretende ser un discurso políticamente correcto, puede apaciguar los ánimos ante el sobresalto que suele generar la lectura de fragmentos de obras que se han sacado de su contexto. Introducir el contexto es, según nos dice José Carlos Ruiz en El arte de pensar, una práctica sana en el ejercicio del pensamiento crítico.
A un mundo acelerado, de cambios rápidos y donde se producen enormes cantidades de información, corresponde estimular una capacidad de aprendizaje que pueda irse transformando continuamente, sin perder la facultad del pensamiento lento. Exige que desarrollemos la habilidad de estarnos renovando, de ser flexibles, pero sin que esa flexibilidad nos convierta en veletas movidas por respuestas puramente emocionales o por el cálculo y la conveniencia. De tal forma, no estaremos solo contemplando los cambios y las "modas" en las ideas; podremos valorar críticamente las informaciones, sometiéndolas a un análisis racional con el fin de adoptar ante ellas una postura fundamentada.
Pasar las informaciones por ese tamiz de análisis crítico, propio del pensamiento lento, requiere esfuerzo. Precisa no dejarse seducir por los cantos de sirena de un caudal de estímulos que podrían tener la pretensión de que nos adhiramos a unas ideas rápidamente, sin que medie una reflexión sosegada. Es posible que esto nos genere una incertidumbre que, si bien resulta incómoda, puede abrirnos la puerta a una forma de pensar más serena.