HERMANAS EN LA ESCRITURA:
MARÍA LUISA BOMBAL Y YOLANDA OREAMUNO
"¿Era preciso morir para saber ciertas cosas?". Así piensa Ana María en una novela que María Luisa Bombal publicó en 1938. En la década siguiente otra latinoamericana, Yolanda Oreamuno, pone en boca de Teresa una pregunta similar: "¿Es que la agonía en la muerte nos permite penetrar todo lo que antes fuera para nosotras como puerta cerrada?". Tras años en su lecho de enferma, este personaje de La ruta de su evasión ha ido percatándose, al igual que la protagonista de La amortajada, del peso que ciertos acontecimientos y relaciones han tenido en su existencia. En esa posición horizontal que remite al diván psicoanalítico, ambas exploran sus vidas con la brújula del recuerdo. Las situaciones pasadas se evocan mediante un fluir de la conciencia que somete lo cronológico a un continuo presente; las acciones se condensan y traslapan dándole a cada texto un carácter surrealista que lo aleja de las producciones literarias imperantes en la época y lo hace participar de una nueva forma de escritura.
El repaso vital que efectúan estos dos personajes está atravesado por la mirada. Mientras la velan, Ana María entreabre los ojos. De esta forma puede observar a quienes llegan a verla en ese estado de sumisión última en que la colocó la muerte. En los ojos de los otros ya no asoman la hipocresía, el cálculo o el disimulo. Así puede apreciar la mirada larga y triste del primer amor, que por fin no se evade, luego de haberla abandonado muchos años atrás. Casi se le escapa, por frecuente, la imagen de su hermana junto al lecho de tantos enfermos en ese "valle de lágrimas" adonde la ha arrojado la brutalidad del esposo; Alicia reza por esa fallecida que se compadece, al mismo tiempo, de la viva. En la mirada fija e insondable de su hijo Alberto, capta la demencia de quien por celos mantiene encerrada, en un fundo del sur, a su esposa: María Griselda, mujer de belleza insondable que anticipa a la Remedios de Cien años de soledad. Su enamorado y confidente la mira con persistencia, pero ya no busca besarla; ese gesto de quien había soportado hasta su desprecio le revela que su cuerpo despierta ahora tanto deseo como una piedra. ¿Y el marido? Antonio se lanza a llorar sobre el cadáver, mientras Ana María repasa cómo fue perdiendo brillo esa mirada tierna que buscaba saber si su afecto era correspondido y se detiene a recordar aquel día en que el esposo, creyendo que ella no lo veía, arrojó con desprecio una de sus chinelas; ese gesto in-significante vino a confirmarle la frialdad de sus sentimientos.
Por cierto, ¿se puede pasar toda una vida junto a alguien luego de descubrir que ya no existe amor? No pensemos en el enamoramiento que se apaga al cabo de algunos años, pero que da pie a una sensación de estabilidad, confianza y acompañamiento profundo. No, en este caso se trata de un odio más o menos solapado que se traduce en rechazo, vejación y anulación de la otra persona. ¿Cuál es la fórmula que encuentra Ana María? La que han seguido tantas mujeres: hijos y casa. Cuando confirma el rechazo de su marido, piensa que puede recuperar su amor con el nacimiento de un hijo, pero la ecuación no se resuelve como lo esperaba. Lo mismo hace Teresa al comprobar que para Vasco es solo un objeto que se toma a placer; su consuelo será girar en torno a su descendencia: "¿Para qué soy bella? ¿Para qué vuelve a brillar mi pelo? ¿Para qué tengo los ojos azules y los dientes pequeños y la piel blanca? ¿Para quién soy así si nadie me mira? Tu hijo lloró entonces y tú, con el primer destello de maternidad consciente, le respondiste: Para ti, precioso, para ti". De esta manera Teresa acaba confinada, con su marido y tres hijos, en una casa que levantó a costa de coser ajeno y a la que llama su "terquedad suprema". Ana María, la amortajada, parece en este punto hermanarse con ella cuando manifiesta que "el destino de las mujeres es remover una pena de amor en una casa ordenada, ante una tapicería inconclusa".
La novela de María Luisa Bombal ofrece esa mirada transparente de quien piensa que al otro lado no hay nadie para descifrarla; gracias a ello, la muerta descubre hechos significativos de su existencia, repasándolos como cuando ha terminado la película. En la obra de Yolanda Oreamuno, la vida de Teresa se desliza entre dos tipos de mirada que la someten: la de Vasco, el esposo, quien la controla al punto de paralizarla y robarle su voluntad, y la de la sociedad, ante la cual debe ocultar, tapar, fingir lo que no es. Ambas condiciones impregnan el ambiente familiar de una falta de naturalidad: la afectación en los gestos de Vasco ante las visitas refleja lo incómodo de estar en un sitio al que no se pertenece. Teresa se convierte, así, en una "mujer de escudo": protege al esposo de las miradas que pueden descubrir su bajeza y, con ello, arruinar su fantasía de un hogar burgués: "Las señoras que me miran como asalariada (fantasea esta mujer), vendrían en las tardes a comer mis pasteles y conversar conmigo". Por eso a la entrada de la casa hay un pesado cortinaje que separa el espacio interior, donde reinan la incomunicación, una autoridad incuestionable y la sumisión.
La amortajada y La ruta de su evasión comparten rasgos intimistas, de fuerte penetración psicológica. En Bombal hay mayor lirismo y una presencia marcada de elementos telúricos. Oreamuno hace gala de su vena ensayística, por lo cual sus reflexiones acerca de los personajes son extensas. En La ruta de su evasión a las miradas, que por lo general expresan relaciones de poder (las hay despectivas y burlonas frente a las de admiración y sumisas), se añaden las palabras y el pensamiento como recursos para controlar a los demás. No funcionan aquí para comprender y acercarse, sino para ejercer dominio, para someter al otro quitándole la naturalidad, dejándolo sin voz, apresándolo mediante una especie de "teoría de la mente" que trata de volver predecibles sus sentimientos, reacciones y formas de comportarse. Los personajes de Oreamuno suelen explicar los motivos y conductas de la gente haciéndolos obedecer a dos categorías: "mujer" u "hombre"; las distintas voces que atraviesan el texto dejan ver una diversidad de máximas sobre este asunto: las mujeres son falsas, pertenecen a un mundo de valores más profundos, se rinden, construyen, son tiernas, son necias, son imprudentes; los hombres vencen, son cínicos, encarnan lo sublime, destruyen. La casa en que tanto empeño ha puesto Teresa acaba siendo, como dice su hijo Gabriel, un cascarón hueco. No la anima el deseo de contemplar a sus habitantes como un misterio que se ofrece para construir una relación. La anima el deber, el cumplir con papeles y expectativas que circulan en el discurso social. Tanta palabra y tanto esfuerzo mental que no tiende puentes hacia el otro como persona, sino que son como redes para una presa, motivan este anhelo de Gabriel: "Quisiera querer algo, desear intensamente, dejar de enjuiciar, descansar de pensar, tenderme por dentro en una cama de no razonamiento, como nos tendemos en una cama para dormir".
Con Gabriel tumbado en un lecho del que no se levantará, cerramos esta reflexión. Aunque las dos novelas se enmarcan en situaciones de muerte, esta puede interpretarse como poner término a lo superficial, a lo que no es auténtico, a lo que no humaniza.
Ana María vuelve a la tierra, el origen de la vida. Al fallecer se le afinó la percepción de aquello que implica muerte en su entorno. Por eso se percata de que ha experimentado también "la muerte de los vivos", esa incapacidad de acceder a un nivel de existencia auténtico por prestar atención a cuestiones baladíes. En un cuento de María Luisa Bombal emparentado con La amortajada, este mismo personaje dirige a su hija estas palabras: "Ah, mi pobre Anita, tal vez esta sea la vida de todos nosotros. ¡Ese eludir o perder nuestra verdadera vida encubriéndola tras una infinidad de pequeñeces con aspecto de cosas vitales!" ("La historia de María Griselda").
El texto de Oreamuno, por su parte, es como un dilatado velorio. Empieza durante una noche en que Gabriel sale a buscar a su padre entre prostíbulos para llevarlo de vuelta a casa, donde Teresa parece agonizar, y termina en el amanecer de un día, tiempo después, cuando ella acaba de morir. El relevo lo toma Aurora, una muchacha que encarna la naturalidad y pregona que es posible escuchar hasta a los seres inanimados sin imponerles una interpretación. Enamorada de Gabriel (igual que la tía Daniela, de Ángeles Mastretta, a saber, como una idiota), lo ha puesto en el altar de lo sublime, ante el cual se rinde y deja anular. Sin embargo, cuando lo ve desmoronarse, Aurora tiene su epifanía: no ha habido entre ellos una verdadera relación, un intercambio entre dos seres en igualdad de condiciones para dar y recibir mutuamente. De esta forma arroja luz sobre el nuevo día: "Un impulso de vida, la esperanza de un cariño, la libertad de una opresión, la voluptuosidad del aire, el instinto de renacer, todo estaba en ella".
Referencias
La amortajada, de María Luisa Bombal (en La última niebla. La amortajada. Primera edición en Biblioteca Breve, Editorial Seix Barral, 1984).
La ruta de su evasión, de Yolanda Oreamuno (Editorial Costa Rica, tercera edición, 2019).
Créditos de las imágenes
Fotografía de Baltazar Robles Ponce.
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Fotografía de Pablo Baixench Torns.
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Fotografía de Carlos yo (6 de febrero de 2011).
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https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Monumento_Mar%C3%ADa_Luisa_Bombal.jpg
Fotografía de Rodrigo Fernández (11 de diciembre de 2011).
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https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Oreamuno_Yolanda.jpg