sábado, 27 de marzo de 2021

JUGAR DE TACITAS

Cada quien descifra la realidad según su ángulo de mira. Así le sucedía literalmente a la señora S. Ella sufrió una lesión cerebral que la hizo perder la noción de izquierda respecto del mundo y de su propio cuerpo. Solo podía ampliar el campo visual moviendo su silla de ruedas giratoria hacia la derecha, un poco cada vez. De esta forma observaba aquello que siempre había estado allí, por ejemplo, en su bandeja de comida. A esta paciente de Oliver Sacks podríamos verla como una metáfora de la condición humana, en términos ideológicos y cognitivos. Cada relato con que se explica la realidad inocula, al mismo tiempo, el germen de la pérdida de visión desde otros ángulos. No es maldad pura que se alberga en los discursos, es una característica del funcionamiento cerebral que atribuye mayor aceptabilidad a aquellos argumentos o narraciones con que estamos familiarizados. Ello no evita que algunos quieran sacar provecho de este rasgo cognitivo y bombardeen a las personas con innumerables mensajes que condicionan sus mentes y las radicalizan. ¿Qué pasa cuando se toma una parte de lo percibido y se aumenta el radio de visión? Es un juego de descubrir figuras ocultas o de delinear sombras que pasan a un primer plano, como le ocurrió a una amiga quien, tras una operación en sus ojos, declaró que por primera vez podía apreciar la sutileza de la lluvia.


"La señora Bennet", de Charles Edmund Brock (1895)


Las clasificaciones son útiles, porque organizan la complejidad del mundo. Pero a la vez tienden a fosilizarlo. El tema de las mujeres en el arte puede darnos unos cuantos ejemplos. "Cine de tacitas" es una denominación adoptada por algunos espectadores para referirse al cine de época. Lo aplican a esas producciones que presentan la vida cotidiana de personajes del siglo XIX destacando reuniones sociales donde se bebe té y se parlotea sobre posibles emparejamientos. Aunque hoy se han colado entre ellos filmes que deben mucho a lo comercial, en su origen estuvieron obras literarias como las de Jane Austen y Louise May Alcott. La valoración despectiva coincide con la que hizo en su momento una parte de la crítica literaria, para la cual las novelas de este tipo no abordaban los "grandes temas", a saber, la guerra y la política. Con Virginia Woolf vamos a girar un poco la silla para ver más allá: En Una habitación propia, rechaza esta postura pues, al plantear cuáles son los temas "relevantes", deja por fuera otros asuntos que podrían ser valiosos según el ojo de quien los mire. ¿Por qué no habrían de ser relevantes los temas de la cotidianidad, justo aquellos en que la gran mayoría de personas puede tomar decisiones? ¿Por qué no habría de ser valiosa un área de la vida donde se definen relaciones "útiles" mediante arreglos matrimoniales homogámicos, sobre todo si se considera que de estos mecanismos sigue echando mano una clase política que dispensa oportunidades a base de nepotismo? ¿Por qué no habrían de ser significativas obras de temática cotidiana y de relaciones sociales si además reciben, como es notorio en el caso de Austen, el tratamiento de la ironía, que todo lo trastoca?

La asociación entre temas tratados por escritoras y menor calidad literaria motivó que se recurriera al pseudónimo. A Emily, Anne y Charlotte Brontë, este recurso les abrió las puertas del paraíso editorial. No solo tenían nombres de mujer, que debían ocultar. Otro pequeño movimiento de la silla puede hacernos ver condicionantes que se añaden al de género: su apellido y situación social no les hubieran podido abrir ninguna puerta. Las dificultades propias de su clase también limitaron a Branwell Brontë, pese a la intención de su padre de proporcionarle mejor educación y mayores oportunidades que a sus hermanas. En estos tiempos en que impera la ideología del igualitarismo, no está de más recordar que a la producción de bienes artísticos siempre han tenido mayor acceso las personas con condiciones económicas y sociales privilegiadas. Ilustrativa es, en este sentido, la escena que recrea Laura Ramos en Infernales. La hermandad Brontë. Relata la visita de Currer Bell y Acton Bell a su editor, el señor Smith. Este "los" ha mandado llamar para que le aclaren un asunto relacionado con la cesión de derechos a otra editorial, cosa que lo llena de preocupación dado el éxito de ventas de sus novelas. El hombre ve en un principio a unas mujeres insignificantes, con atuendos pasados de moda y cuya presencia en su oficina lo importuna; luego pasa al asombro, disimulado, ante aquellas escritoras --se trataba de Charlotte y Anne-- a quienes solo habían antecedido unas obras cuya publicación se costearon con su sueldo de institutrices. Este episodio me hace evocar una obra de Emily Mary Osborn: una joven pintora, de traje negro y acompañada de un niño, espera cabizbaja la crítica de sus cuadros por parte del dueño de la sala de exposiciones. "Sin nombre y sin amigos", el título de esa obra, nos recuerda que la marginalidad es un factor determinante. También, si volteamos otro poco tratando de esquivar la mirada de los esnobs, pone a la luz un contenido superior al empaque; una prueba de que la complejidad y riqueza interiores no están necesariamente vinculadas con una posición social o, para traerlo más hacia acá en el tiempo, con vestir como hípster.



"Sin nombre y sin amigos", de Emily Mary Osborn (1857)

Los puntos de vista acerca de la realidad también se fosilizan, y mucho, en el ámbito de las valoraciones morales. Otro de los motivos por los que algunas escritoras preferían ocultar su verdadero nombre tenía que ver con una sanción de este tipo. La ecuación "mujer que publica, mujer pública", formulada por Brianda Domecq, puede hacerse extensiva a otros ámbitos de la cultura artística como la composición musical y la pintura. A Barbara Strozzi no se la reconoció solo como una mujer dedicada a la música que se abrió un nicho profesional en la Venecia del siglo XVII: sobre ella recayó también la imagen de cortesana. Exponerse demasiado y con cierta liberalidad a la vida pública hacía que se evaluara de manera más estricta el comportamiento de las señoras, a quienes se aplicaba el eufemismo "de moral distraída". La madre de la pintora Berthe Morisot quiso conjurar ese mal augurio. Decidió que solo una de sus hijas se dedicaría al arte; la otra quedaría a salvo de las murmuraciones en su vida matrimonial. Organizó reuniones en su propia casa a fin de que la elegida pudiera alternar con otras personas del ámbito artístico, lejos de bares y otros espacios no convenientes para una joven de buena reputación. De nuevo estamos ante la imagen de las tacitas, que incluso vemos en la pintura de otra impresionista: "El té de las cinco", de Mary Cassatt.



"El té de las cinco", de Mary Cassatt (1880)


Cuando se maquillaba, la señora S. solo podía hacerlo sobre la mitad derecha de su rostro, la única existente para ella. Discursos, relatos, taxonomías y valoraciones morales iluminan una parte de la realidad y dejan otras posibilidades fuera de foco. En la gimnasia cerebral que implica ensayar explicaciones para un tema, ¿cuánto estamos dispuestos a girar la silla?

  DOS RÍOS: SU CENTRO HISTÓRICO A Rafael Méndez Mora,  mayordomo de la ermita  de San Francisco de Dos Ríos entre 1898 y 1900 En una entrada...