JANE EYRE: LA INSTITUTRIZ MÁS FAMOSA
En 1847 se publicó Jane Eyre, la aclamada novela de Charlotte Brontë (1816-1855). Esta escritora, junto con sus dos hermanas, Emily (1818-1848) y Anne (1820-1849), forman una de las familias literarias más reconocidas. Ese mismo año de 1847, Emily vio publicada también su obra Cumbres borrascosas, mientras que Anne la suya: Agnes Gray, claro que los tres títulos bajo pseudónimos. Rosa Montero elogia el cambio maravilloso que imprimieron estas mujeres en sus vidas por medio de la palabra y la ficción: «Como en los cuentos de hadas, las tres hermanas triunfaron al final por medio de un portento; pero en su caso lo prodigioso no consistió en que una fea rana se convirtiera en un príncipe, sino en que unas insignificantes solteronas a las que nadie escuchaba rompieran su silencio, súbitamente, con el tronar de una voz literaria maravillosa».
Currer, Ellis y Acton Bell: los pseudónimos de las Brontë.
Jane Eyre, que se ha considerado una novela de formación, relata el tránsito de la protagonista desde su infancia, cuando le toca vivir cual patito feo en casa de su tía, la señora Reed; su paso por la escuela-orfanato de Lowood, donde sobrevivió a los malos tratos y a la negligencia de las autoridades educativas y terminó siendo maestra; su salida de ese sitio para trabajar como institutriz en la mansión de Edward Rochester y, tras su huida de ese lugar y su estancia en casa de sus primos Rivers, el regreso final a Thornfield en busca de su señor.
Jane Eyre y Rochester, por Frederick Walker.
Este texto forma parte, también, de la tradición romántica y contiene elementos del género gótico. Desde esta perspectiva, se ha interpretado como una lucha entre el bien, que representa Jane, y el mal, que encarna Rochester, pulso donde triunfa el espíritu sobre la materia. Los elementos misteriosos y de terror que se personifican en la figura de Berta Mason también caben dentro de esta tesis, de forma tal que al superarse el conflicto que representa este personaje, se impone el bien desde una perspectiva moral.
La ambigüedad del texto literario permite otras lecturas que apuntan hacia interpretaciones totalmente contrarias de la anterior. Aplicando la teoría del superhombre, de Nietzsche, otras estudiosas de la novela señalan que no hay tal crecimiento de la protagonista hacia un bien triunfante: Jane experimenta un proceso de domesticación. Según Azucena Eguren y Lorena Rivera, la vida de la protagonista puede interpretarse como parte de un proceso civilizador, por lo cual habría una mengua del impulso vital más básico, en aras de aquel.
Eso puede observarse con claridad en la función que desempeña Jane como institutriz y, en particular, en una escena que transcurre en la mansión del señor Rochester, quien le ha ordenado participar de una reunión con sus invitados, todos de clase alta: «¿No es cierto, mamá, que todas las institutrices son detestables? (Así se expresa una de las mujeres, sin importarle la presencia de Jane en el mismo salón.) Son una molestia y conste que es lo que menos puedo decir. Nos divertíamos tanto haciéndolas enojar. Generalmente se marchaban de casa asegurando que éramos unos malvados». Discreta, sensata y comedida, Jane sabe muy bien cuál es el lugar que le corresponde en casa de Edward Rochester: guarda silencio y mantiene la compostura dando tiempo a la menor distracción del grupo para abandonar ese ingrato convivio.
En su papel de institutriz, queda atrás la Jane rebelde y salvaje que enfrentaba el desprecio de su tía y sus primos y que además cuestionaba los malos tratos de que eran objeto las internas en la escuela-orfanato. Según la lectura de Eguren y Rivera, la domesticación que se lleva a cabo en Jane se da primero bajo el autoritarismo despiadado del clérigo Brocklehurst y más tarde por parte del señor Rochester, quien la trata con un «cariño egoísta».

Joan Fontaine y Orson Welles en la versión cinematográfica de 1943.
Así las cosas, la imagen de la protagonista resulta bastante triste, pero no menos cierta. Charlotte Brontë conocía de primera mano la situación que presenta en esta historia: durante su infancia, vio morir de tuberculosis a sus dos hermanas mayores, María y Elizabeth, tras regresar de uno de esos internados para niñas al estilo de Lowood. Y, años más tarde, le correspondió ganarse la vida como maestra en un internado y también al servicio de una familia; ese trabajo, que ella consideraba una esclavitud, la inspiraría para crear el personaje de Jane Eyre, la institutriz más famosa según el criterio de Deborah Lutz. «Una institutriz no tiene existencia», escribe Charlotte a su hermana Emily, quien también conoció esa situación, pero solo durante seis meses. Anne fue quien más tiempo se desempeñó en esta labor; sus cinco años de maestra le valieron para escribir Agnes Grey.
Como puede verse, a esta tarea se dedicaron algunas mujeres que hoy conocemos por su trabajo como escritoras. Las señoras de clase alta no podían ser institutrices, aunque lo quisieran, porque para ellas significaba una degradación social. Un personaje de la novela Emma (1815), de Jane Austen, ilustra muy bien esta condición. Se trata de Jane Fairfax, una joven huérfana que vive con su tía y su abuela y de cuya crianza se ha ocupado una familia amiga de su padre. Ella ha sabido aprovechar esas oportunidades de la vida y se perfila como una mujer culta, discreta e inteligente. Sin embargo, su situación económica la obliga a considerar emplearse de institutriz. Sus amistades y vecinos ven esa posibilidad como una desgracia. Pese a la animadversión que la joven Fairfax le despierta, Emma, la protagonista de la novela, reacciona de manera compasiva: «Cuando pensó en su historia, Dios mío, su situación y su belleza; cuando se percató del destino de toda aquella elegancia, lo bajo que iba a caer, cómo viviría, parecía imposible sentir otra cosa más que compasión y respeto». La propia Jane lo asume con estoicismo: «Con la fortaleza de espíritu de una novicia devota había decidido llevar a cabo el sacrificio a los veintiún años y retirarse de los placeres de la vida, del trato inteligente, los círculos de iguales, la paz y la esperanza, para entregarse a la penitencia y la mortificación para siempre».
En la época georgiana y la victoriana, que constituyen el marco histórico de estas obras, las posibilidades de futuro para una mujer estaban asociadas con una buena renta o con el matrimonio. A aquellas jóvenes que, habiendo tenido una buena educación carecían de la solvencia económica que les permitiera participar en condiciones favorables en el mercado matrimonial, les correspondía encontrar un empleo que las mantuviera económicamente y a un cierto nivel, frente a otras opciones para la clase trabajadora como los oficios de cocineras, costureras, dependientas o niñeras. El trabajo de institutrices que, como el de dama de compañía quedaba reservado para «jóvenes cultas pobres», como las define Laura Ramos, hacía posible que estuvieran a la altura de su formación, pues se encargaban de educar a la prole de familias adineradas.
Institutrices: cultas y pobres.
Además de sus conocimientos, entre los que destacaba leer y escribir bien, una buena institutriz debía ser modelo de conducta para los niños a su cargo. Se las valoraba también por su forma de vestir y de caminar, debían poseer un habla culta, sin regionalismos, cumplir con las normas de urbanidad y se esperaba que demostrasen actitudes altruistas y ese sentido de la justicia de que sí podían carecer sus señores en su trato con ellas. Ocupaban una zona intermedia, y por tanto ambigua, dentro de la dinámica familiar: no formaban parte de la servidumbre, pero tampoco estaban al mismo nivel que sus señores. Se prescindía de sus servicios con gran facilidad y solían llegar a viejas en la pobreza.
Para cerrar, una referencia a mi «institutriz» favorita: Mary Wollstonecraft (1759-1797). Sí, esa misma, la autora de Vindicación de los derechos de la mujer (1792) y considerada hoy una de las pioneras del feminismo. Tras un intento de regentar su propia escuela para niñas, Mary consigue trabajo en Irlanda. Esto sucede alrededor de 1787, sesenta años antes de la publicación de Jane Eyre por Charlotte Brontë. Allí se hace cargo de la educación de las hijas de una familia aristocrática. Tanto la liberalidad de su señores como el temperamento apasionado y la solidez ideológica de la joven profesora fueron caldo de cultivo para el conflicto. Quizá su origen distinto al de otras institutrices (Mary no era hija de párroco, como si lo fueron las hermanas Brontë, sino que procedía de un barrio obrero y de un padre fracasado en sus negocios) la llevara a despreciar frontalmente ciertos condicionamientos sociales que ella no compartía. Ese trabajo le duraría poco. Así describe la biógrafa Claire Tomalin su salida de la casa de la familia irlandesa: «Mary dejó a los Kingsborough entre la premura, la perplejidad, el desafío y la insatisfacción. Había ofendido a una aristócrata, y se había convencido de que las damas de alcurnia eran incorregiblemente frívolas y altaneras. Sin duda otras institutrices habían llegado a idéntica conclusión en silencio. Pero el caso de Mary era un tanto distinto». A ella, podríamos agregar con cierta libertad, no lograron domesticarla.

Mary Wollstonecraft
Lecturas recomendadas
Historias de mujeres, de Rosa Montero (Madrid: Punto de Lectura, 2005).
«Expresión romántica y moralidad en Jane Eyre», de María Eugenia Perojo Arronte (Estudios Ingleses de la Universidad Complutense, número 2, 1994, pp. 263-273).
«Jane Eyre: el sentimiento atrapado. La institutriz en la línea de sombra», de Azucena Eguren y Lorena Rivera (Nietzche y la hermenéutica, Vol. II, de Francisco Arenas-Dolz, Luca Giancristofaro y Paolo Stellino, eds., Valencia: Nau Libres, 2007, pp. 644-651).
El gabinete de las hermanas Brontë. Nueve objetos que marcaron sus vidas, de Deborah Lutz (Madrid: Siruela, 2008).
Infernales. La hermandad Brontë. Charlotte, Emily, Anne y Branwell, de Laura Ramos (Barcelona: Taurus, 2019).
Vida y muerte de Mary Wollstonecraft, de Claire Tomalin (Barcelona: Montesinos, 1993).
Referencias de imágenes
Jane Eyre y Rochester, por Frederick Walker. Artist Frederick
Walker (1899). Life and Works of the Sister Brontë – Rochester and Jane Eyre.
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Life_and_Works_of_the_Sisters_Bronte_-_Rochester_and_Jane_Eyre.jpg.
Dominio público.
Joan Fontaine y Orson Welles en la versión cinematográfica de
1943. 20th Century Fox (1943, august). Jane-Eyre-1943-3. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Jane-Eyre-1943-3.jpg. Dominio público.
Institutrices: cultas y pobres. Richard Redgrave (1884). The Governess by Richard Redgrave. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:The_Governess_by_Richard_Redgrave.jpg.
Dominio público.
Mary Wollstonecraft. John Opie 1761-1807 (circa
1790-1791). MaryWollstonecraft. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:MaryWollstonecraft.jpg. Dominio público.