domingo, 12 de enero de 2025

 DOS RÍOS: SU CENTRO HISTÓRICO


A Rafael Méndez Mora, 
mayordomo de la ermita de San Francisco
de Dos Ríos entre 1898 y 1900


En una entrada anterior (4 de octubre de 2020), habíamos dejado al vecindario de los Dos Ríos durante una de las celebraciones en honor al santo patrono, la de 1863, justo después de la reconstrucción de la ermita. Esa es la primera emita de que tenemos conocimiento en este barrio y que puede datar de 1830, época a la que dedicamos otra entrada de este blog (4 de octubre de 2024). Ahora avanzaremos hasta finales del siglo XIX e inicios del XX, para presentar la manera en que se fue conformando, casi como un rompecabezas, el corazón del barrio de los Dos Ríos, su modesto centro histórico.



La pequeña París y los barrios de las afueras

Hacia fines del siglo XIX, San José ha visto cambios notables. En sus calles pavimentadas y con alumbrado público, lucen modernas obras de infraestructura como el Teatro Variedades, el Teatro Nacional, el Colegio Superior de Señoritas y la Biblioteca Nacional. La oligarquía ha puesto sus ojos en Europa adoptando además nuevas costumbres en cuanto a vestimenta, productos de consumo, diversiones y lecturas, tal es su afán de exclusividad en relación con el resto de los costarricenses.

Una pequeña París. El cura de El Carmen, José Badilla, se hace eco de las voces que califican de esta manera a la ciudad de San José. No lo motiva la idea de progreso asociada a la capital francesa; le preocupan, en cambio, las nuevas costumbres y formas de vida josefinas.

Vivo, por mi desgracia --anota Badilla en su informe sinodal--, en el foco de la desmoralización. Exceptuando el Zapote y algunas gentes de San Francisco y otras orilleras, la generalidad está perdida. Los hombres sólo piensan en el comercio, el negocio, las comodidades y los placeres sensuales: las mujeres en el lujo, la vanidad, el orgullo y los goces de todo género (...) De vicios no diré nada; ya supondrá el Ilmo. Prelado que en esta capital los tenemos todos en grado superlativo, y que por algo han dado algunos en llamarla pequeña París, porque, efectivamente, hay aquí empeño en imitar todo lo malo que nos viene de la moderna Babilonia... (1)

Probablemente algunas costumbres viajaron rápido del centro de San José a las orillas y a los suburbios. El progreso no. Deberán pasar varias décadas del siglo XX para que uno de los barrios citados en el informe del cura Badilla consolide mínimamente ese espacio que representa cierto desarrollo de los núcleos de población: la iglesia, la escuela y la plaza pública.

San Francisco de Dos Ríos es designado como distrito en enero de 1896. Se ubica en las afueras del casco de San José, a cuatro kilómetros al sureste entre los ríos Tiribí y María Aguilar, razón por la cual en sus inicios se conoció esta zona solo como Dos Ríos. De suelo ligeramente quebrado, se dedica a la producción de hortalizas, granos y café, con dos beneficios de primer orden. Es un distrito escolar, posee una ermita y lo habitan 682 personas. Así lo describe el Diccionario Geográfico en su edición de 1904 (2).

Existe una división social muy marcada entre la parte del vecindario del centro de San José que posee mayores recursos económicos, y los orilleros y habitantes de las poblaciones aledañas como San Francisco de Dos Ríos y Zapote, quienes viven en condiciones de pobreza. Ambos barrios forman parte de la parroquia de El Carmen; por lo tanto, sus niños asisten al Catecismo en esa parroquia y, como la aporofobia ha existido siempre, aunque el término se haya acuñado hace poco, el padre Badilla observa lo que sigue:

Hay por desgracia una división muy honda entre el catecismo del Carmen y el del Sagrario. Se ha dado en la manía de pensar que al Carmen sólo deben asistir los niños pobres, los orilleros junto con los del Zapote y san Francisco. (...) Hace algún tiempo fui un domingo al Sagrario mientras se daba allí el Catecismo; encontré varios niños de preparatoria que me habían quitado del Carmen, casi todos de las principales familias, ninguno pobre ó de traje sencillo. (3) 

Libros de fábrica: testigos de la vida comunal

Una parte de la vida del barrio de los Dos Ríos de finales del siglo XIX e inicios del XX está documentada en los libros de fábrica. En ellos se anotan las entradas y salidas de la parroquia para su funcionamiento en lo que respecta a los oficios del culto y al mantenimiento del templo. Estos libros los lleva el mayordomo de la iglesia, quien se encarga de la gestión de los bienes, y luego se presentan a las autoridades eclesiásticas durante sus visitas a los barrios. En otras palabras, la vida que reflejan tiene que ver con las actividades de los vecinos alrededor de la iglesia. Otros documentos valiosos para formarnos una idea de las necesidades de las parroquias son los libros de visitas pastorales, donde se describen las actividades efectuadas durante la visita del obispo, se anotan inventarios de los objetos de la iglesia y se emiten recomendaciones.

Los principales registros en los libros de la filial de San Francisco de Dos Ríos tienen que ver con la festividad en honor a su patrono. Es un evento que congrega al vecindario. Como en la mayoría de las comunidades de la época, suele realizarse un novenario y una misa concelebrada; también hay música, pólvora y una procesión. Los vecinos contribuyen con sus donativos al mantenimiento de la ermita, que precisa reparaciones y compra de utensilios para el culto; por ejemplo, en 1878 se contrata a un escultor para que retoque la imagen de San Rafael.

En los registros que van de 1869 a 1900, se citan apellidos como Amador, Bermúdez, Carvajal, Cascante, Castro, Flores, Guerrero, Guzmán, Hernández, Madrigal, Marín, Méndez, Mesén, Monge, Mora, Muñoz, Prado, Ramírez, Reyes, Rivera, Román, Romero, Solano, Solís, Valverde y Zúñiga (4). Tales apellidos serán una constante en los documentos relacionados con este distrito a lo largo de estos años y hasta casi la mitad del siglo XX. Estas familias constituirán, en buena parte, la base de lo que podría llamarse, siguiendo a Alberto Bermúdez Obando (5), el San Francisco Viejo, de escaso vecindario y enormes fincas cafetaleras, anterior a la explotación de la tierra para conformar los barrios residenciales que hoy conocemos.

Un dato llamativo anotado en los libros de fábrica consiste en una contribución realizada en 1869 por Pacífica Fernández. Podría tratarse de la esposa del expresidente José María Castro Madriz, dueño en esa época de la hacienda La Pacífica.

Un distrito escolar en condiciones difíciles

Otras fuentes de información que permiten trazar un esbozo de la vida comunal de las primeras familias francisqueñas son los informes oficiales de organismos del gobierno. Concuerdan con las memorias eclesiásticas en señalar las condiciones de rezago del barrio, debido a la pobreza de sus habitantes.

En 1885, San Francisco de Dos Ríos cuenta con dos escuelas, en locales alquilados y en mal estado (6). Sus maestros son, en 1891, Rafaela G. de Siles para las niñas y Rafael Siles para los niños (7). El informe de la Inspección de Escuelas advierte, en los siguientes términos, del peligro de que esta comunidad pierda sus centros educativos:

Ambos planteles (...) están casi desprovistos de los principales muebles y útiles escolares, debido á la escasez de recursos de la Junta y aún del vecindario en general. La expresada corporación apenas puede responder (y con alguna dificultad) al pago de los alquileres de las casas de enseñanza, razón por la cual el Gobierno debiera auxiliarla en algo, siquiera sea facilitándola el mueblaje y útiles de que carecen sus escuelas, pues de no ser así, quizá sea necesario pasar por el duro caso de clausurar ambos planteles. (8)

Necesidades de infraestructura

El inicio del siglo XX encuentra al vecindario con infraestructura inapropiada para los servicios religiosos y escolares.

Por un lado, la Junta de Educación realiza gestiones para atender a las deficiencias señaladas a finales del siglo anterior. En 1909 le solicita ayuda al Congreso Constitucional a fin de pagar una casa particular de buenas condiciones que ha comprado en 2100 colones para instalar sus escuelas y de los cuales ha cancelado solo 1100 por la pobreza del vecindario (9). El Congreso de la República emite, entonces, un adelanto de 1100 colones de lo que pudiera corresponderle, a la Junta, del Fondo Nacional de Educación (10).

Por otra parte, la ermita está vieja y no satisface las necesidades de una población en aumento. En 1906, José Badilla anota en su informe sinodal que esta es muy pequeña y antigua, por lo cual merece que se la repare (11). Lo mismo opina al año siguiente el obispo Juan Gaspar Stork durante su visita pastoral: Este vecindario tiene una Ermita muy pequeña, anticuada é insuficiente para el número de habitantes. ¡Ojalá! Que pensaran en hacer una nueva Iglesia, mas espaciosa y al estilo moderno, que sea ornato de tan bonito barrio próximo a la capital. (12)

La piedra fundamental

En 1913 se constituye la Junta Edificadora (13) de la nueva iglesia y, como esta última será más grande que la reconstruida en 1862, se adquieren varias propiedades colindantes (14). El domingo 25 de abril de 1915 ocurre un gran acontecimiento para la comunidad: la ceremonia de colocación y bendición de la piedra fundamental del nuevo templo, que las vecinas y vecinos que lo conocieron evocan hoy con una mezcla de nostalgia y cariño. Para promocionar la actividad, se distribuye un volante y se pone un aviso en el periódico La Época del sábado 24 de abril (15).




Ramón Monge, protesorero de la Junta Edificadora (16), organiza un tope de caballería, cuyo punto de partida es el río María Aguilar en el sector del actual Barrio Méndez; también se lleva a cabo una bendición de animales y la ofrenda de donativos en dinero. Ya frente a la ermita, se efectúa la bendición de la piedra fundamental a cargo del obispo Stork (17). Otro dato valioso: el tesorero de la Junta Edificadora es Florentino Castro, dueño en ese entonces de la hacienda La Pacífica (18).

A propósito de dicha hacienda, que será una constante en la vida socioeconómica de la comunidad, observe la bellísima estampa, de 1919, de un grupo de cogedores de café de La Pacífica en esta fotografía de Manuel Gómez Miralles. Este no era solo un lugar de trabajo para la gente sencilla de los Dos Ríos; también era sitio de esparcimiento para las señoritas y señoritos de San José, que llegaban de paseo y celebraban hasta bailes allí (19).




Volviendo a la iglesia, quedará como tarea para los años siguientes terminar la edificación y conseguir el mobiliario, ornamentos y demás artículos. Se hará mediante contribuciones personales, rifas, turnos e ingresos por salves en fechas cercanas a la fiesta patronal.

Censo nacional y participación política del vecindario

El 11 de mayo de 1927 se realiza el censo nacional, elaborado de forma rigurosa aplicando los aportes de la estadística al campo demográfico (20). De los doce distritos de San José, donde se incluye también a Curridabat, San Francisco es de los menos poblados. Con 730 habitantes, solo supera al de Hatillo, con 650 (21). Consta de 153 núcleos habitacionales a lo largo de sus cinco vías: la mayoría de las familias, 124, vive sobre la calle real; el resto se distribuye entre la calle a Desamparados, donde habitan 15 familias, y la calle a San Antonio de Desamparados, donde hay 9; también existe una callejuela a Zapote, con 4 familias, y una callejuela a Curridabat, donde vive un único grupo familiar (22).



Dos meses atrás, en marzo, había aparecido un anuncio en el periódico La Prensa con 119 firmas de vecinos pertenecientes al Partido Unión Nacional, cuyo candidato es, para el periodo 1928-1932, Cleto González Víquez. El respaldo es mayoritario, si tomamos en cuenta que para esa época en el barrio de los Dos Ríos había aproximadamente 150 varones mayores de 21 años. Quizás esta manifestación pública de apoyo a quien accedería a la Presidencia de la República en 1928 haya traído consigo alguna forma de respaldo a las aspiraciones de infraestructura por parte del vecindario. A continuación, un detalle del anuncio publicado en el periódico La Prensa el 2 de marzo de 1927.




La nueva iglesia

Es 1928 y la iglesia está pintada y casi concluida. Ha tomado más de 15 años llevar a cabo esta empresa. En mayo de ese año, la Junta Edificadora aún tiene una deuda de 6000 colones, que irá amortizando mediante un sistema de suscripción directa y voluntaria por medio de cédulas de alegorías de la vida de San Francisco de Asís (23). Cuando el arzobispo Rafael Otón Castro hace su visita pastoral en agosto, la deuda se ha reducido a poco más de 3000 colones. El informe de esta visita presenta una bella descripción del recibimiento por parte del vecindario y deja ver la satisfacción de las autoridades con el estado de la nueva iglesia:

En el puente del Río María Aguilar le esperaba ya una parte del pueblo y una carroza adornada, llevando en ella la Imagen del Santo Patrono del lugar y muchos niños que servían de precioso adorno. Frente a la Casa del Mayordomo don Honorio Guzmán esperaban muchísimos fieles. Con la Cruz Alta adelante se continuó una especie de procesión hasta la Iglesia. En el camino se notaba la preocupación que habían tenido los vecinos y el gusto de que estaban animados por la llegada de su pastor, pues eran muchos los arcos y adornos con que habían engalanado el trayecto. (...) Se hizo la Confirma y acto seguido se procedió a la inspección de la Iglesia con sus ornamentos, vasos sagrados, imágenes, etc. quedando muy complacido el Excmo. Sr. Arzobispo del adelanto de la Iglesia, hoy casi concluída, con una hermosa decoración interior, con todas las cosas del culto en buen estado y bien cuidadas por el señor Mayordomo que hace las veces de Sacristán. (24)




Escuela, iglesia y plaza pública

En mayo de 1931, los diputados Rogelio Sotela y Carlos Manuel Jiménez Ortiz presentan, ante el Congreso de la República, una iniciativa para destinar 20 000 colones a la construcción de un edificio escolar en San Francisco de Dos Ríos (25), pues los vecinos cuentan ya con ese solar para ese fin. Observe el valor que le confieran a la educación pública, digno de admirar, sobre todo en los tiempos actuales:

...Nuestro orgullo de costarricenses se complace al observar que, en cada villorio, la casa más amplia y más bella es el edificio escolar, la casa de todos.

Hay, sin embargo, Señores Diputados, un pueblo cercano a la capital que no tiene escuela, por más que sus moradores han estado gestionando, desde hace tiempo, con singular empeño, la construcción. Nos referimos al pueblo de San Francisco de Dos Ríos, que cuenta con una población escolar importante, cerca de cien niños, que ahora se ven obligados a recibir sus clases en un caserón ruinoso, sin aire, sin luz, sin sol, sin ninguna comodidad y que amenaza desplomarse con uno de estos aguaceros del invierno que se inicia. (26)

La Comisión de Educación Pública del Congreso determina que, para la atención de los 95 escolares que tiene la comunidad, es indispensable un edificio de tres aulas, más un departamento para dirección, corredores, baño y servicio sanitario (27).

En 1932 se va perfilando el centro del distrito, que ocuparán la escuela, la iglesia y un nuevo espacio: la plaza pública. De esa época data una deuda con el propietario del terreno correspondiente a esta última (28). Sin embargo, el vecindario disfrutaba de la plaza desde antes de esa fecha; es probable que en ella se realizaran partidos de futbol, pues se contaba con un equipo: el Club Sport de San Francisco de Dos Ríos (29).

Para definir ese centro de la comunidad, se realiza un movimiento de propiedades que conviene a los intereses escolares del distrito (30) y para agrandar el terreno donde está edificada la Iglesia (31). En concordancia con este propósito, en 1934, el Congreso de la República aprueba una partida de 15 000 colones para la construcción de la escuela, por iniciativa del diputado David Rojas Flores (32) y, al año siguiente, autoriza a la Municipalidad de San José para que asuma el pago de la deuda con el anterior dueño del terreno de la plaza pública, debido a que el distrito no cuenta con fondos para hacer frente a esta obligación (33).

Cuenta una historia que, por esos años de 1930, la maestra Talía Guevara recibió, en la modesta escuelita situada frente a la plaza pública, a un hombre que preguntaba por las condiciones del centro educativo y que ese hombre resultó ser nada más y nada menos que el presidente de la República, León Cortés Castro, quien hizo posible, finalmente, la construcción del primer pabellón de la escuela actual. Leyenda o verdad, lo cierto es que el edificio inicial data, en efecto, de la administración Cortés Castro.

Así lucía la plaza pública de San Francisco de Dos Ríos en la década de 1940. A la derecha puede observarse la escuela, constituida por tres aulas o dos aulas y una dirección. Al fondo a la izquierda, la delegación policial y, hacia la derecha, un imponente árbol de álamo, esa especie que le daría nombre al barrio que años más tarde se fundaría en esa misma zona. 



Fotografía propiedad de María Marta Cascante Garbanzo.


Este espacio, conformado por la iglesia de 1915 (que se finalizó en 1928), la escuela (cuyo primer pabellón data de finales de 1930) y la plaza pública (donde se celebraban partidos de futbol desde la década de 1920), constituye ese centro de la vida comunal del San Francisco Viejo de menos de 200 casas y al menos cinco calles empolvadas entre la espesura de aquellos cafetales que formaban la mayor parte del territorio de los Dos Ríos.


Referencias

(1) Fondos Antiguos, caja 445, folios 193-200.

(2) Diccionario Geográfico. 1904. Citado por José Nelson Rojas Gamboa, Tras las huellas del hermano de Asís.

(3) Fondos Antiguos, caja 445, folios 193-200.

(4) San Francisco de Dos Ríos, Libro Mayordomo 1869, Libro de la Mayordomía de San Francisco de Dos Ríos (1869-1895). San Francisco de Dos Ríos, Libro de Cargo 1869, Mayordomía de la Filial de San Francisco de Dos Ríos que pertenecía la parroquia El Carmen-San José, 1869-1898. San Francisco de Dos Ríos, Libro de Fábrica 1898-1921. Libro de Acuerdos núm. 7 (julio 1897 a julio 1904). Libro de Acuerdos núm. 8 (1 agosto 1904 a 1910), folio 62. Fondos Antiguos, caja 442, folio 611, 14 de agosto de 1900.

(5) Comunicación personal, diciembre de 2024.

(6) Informes de las escuelas públicas y sus construcciones. Año de 1885.

(7) Informe anual de la Inspección de Escuelas. Provincia de San José. 1891-2. Tipografía Nacional, 1892.

(8) Informe anual de la Inspección de Escuelas. Provincia de San José. 1891-2. Tipografía Nacional, 1892.

(9) Serie Congreso. Núm. 190602. Decreto No. 72. 4 folios. 1909, junio 29.

(10) Serie Congreso. Núm. 190602. Decreto No. 72. 4 folios. 1909, junio 29.

(11) Fondos Antiguos, caja 445, folios 193-200.

(12) Visitas Pastorales. Libro V. (V Libro de Santa Visita del Ilmo. 1) Señor Obispo Thiel. Enero de 1889-junio de 1900. 2) Ilmo. Sr. Obispo Stork. Abril de 1907-marzo de 1908.

(13) Libro de Acuerdos núm. 9. Acuerdo núm. 18, folio 76.

(14) Carpeta de San Francisco de Dos Ríos. Curia Metropolitana.

(15) La Época, sábado 24 de abril de 1915.

(16) Tomado de un volante de la época. Archivo de la casa parroquial de San Francisco de Dos Ríos.

(17) Acta de la colocación de la primera piedra de la iglesia de San Francisco de Dos Ríos. Archivo de la casa parroquial de San Francisco de Dos Ríos.

(18) Tomado de un volante de la época. Archivo de la casa parroquial de San Francisco de Dos Ríos.

(19) Diario de Costa Rica, 7 de marzo de 1922.

(20) Wilburg Jiménez Castro, Presentación. Costa Rica, Ministerio de Economía y Hacienda. Censo de Población de Costa Rica. 11 de mayo de 1927. San José, 1960.

(21) Costa Rica, Ministerio de Economía y Hacienda. Censo de Población de Costa rica. 11 de mayo de 1927. San José, 1960.

(22) Boletas censales San Francisco de Dos Ríos. Censo de Población de Costa Rica. 11 de mayo de 1927.

(23) Visita Pastoral de Rafael Otón Castro. Visitas Pastorales 1923-1934; 1963-1968.

(24) Visita Pastoral de Rafael Otón Castro. Visitas Pastorales 1923-1934; 1963-1968.

(25) Procedencia: Congreso. Núm. 15 912. Con Decreto núm. 29 del 26 de mayo de 1931 se autoriza la erogación de C20 000 para construir un edificio escolar en San Francisco de Dos Ríos. Sancionado. 5 folios. 1931. Mayo 27. (Publicado en Gaceta núm. 119 de 29 de mayo de 1931.)

(26) Procedencia: Congreso. Núm. 15 912. Con Decreto núm. 29 del 26 de mayo de 1931 se autoriza la erogación de C20 000 para construir un edificio escolar en San Francisco de Dos Ríos. Sancionado. 5 folios. 1931. Mayo 27. (Publicado en Gaceta núm. 119 de 29 de mayo de 1931.)

(27) Procedencia: Congreso. Núm. 15 912. Con Decreto núm. 29 del 26 de mayo de 1931 se autoriza la erogación de C20 000 para construir un edificio escolar en San Francisco de Dos Ríos. Sancionado. 5 folios. 1931. Mayo 27. (Publicado en Gaceta núm. 119 de 29 de mayo de 1931.)

(28) Decreto núm. 29 de 4 de junio que dispone facultar a la Municipalidad de San José para que asuma el pago de la deuda por C4.413.24 y de C7.699.96 a favor de Guillermo Peters y Juan Rafael Chaves respectivamente por los terrenos para las plazas públicas de aquella y de la Uruca. 7 folios. 1935. Junio 7. (Congreso #17237)

(29) Diario de Costa Rica, 11 de noviembre de 1926.

(30) Cambio de finca de la Junta de Educación por una finca propiedad de Juan Rafael Chaves Echandi. Tomado de La Gaceta, Diario Oficial, San José, Costa Rica: miércoles 13 de enero de 1932. Cambio de finca de la Junta de Educación por una finca propiedad de Juan Rafael Chaves Echandi (rectificación de datos). Tomado de: La Gaceta, Diario Oficial, San José, Costa Rica: miércoles 3 de febrero de 1932.

(31) Cambio de finca propiedad de la Junta de Educación por otra propiedad de Juan Rafael Chaves Echandi, quien a su vez vende aquella a las Temporalidades de la Arquidiócesis de San José para agrandar el terreno donde está edificada la iglesia de San Francisco de Dos Ríos. Carpeta de San Francisco de Dos Ríos, Curia Metropolitana.

(32) Procedencia: Congreso. Núm. 16866. Decreto núm. 78 de 21 de junio que destina C15.000, para que se construya un edificio para la escuela de aquel lugar. Sancionado. 4 folios. 1934. Junio 22.

(33) Decreto núm. 29 de 4 de junio que dispone facultar a la Municipalidad de San José para que asuma el pago de la deuda por C4.413.24 y de C7.699.96 a favor de Guillermo Peters y Juan Rafael Chaves respectivamente por los terrenos para las plazas públicas de aquella y de la Uruca. 7 folios. 1935. Junio 7. (Congreso #17237)


Imagen inicial: Sebastian May en Pixabay.

sábado, 30 de noviembre de 2024

 TODO EMPEZÓ CON LAS VENTANAS


La pintura se ensucia, aquel fusible se quema, un canal cuelga del tejado. Algunos avisos de deterioro aparecen de forma continua. Aunque incómodos, sus efectos se pueden paliar con uno que otro remiendo y el auxilio del albañil. Pero no has sabido nada de molestias hasta que llega la discontinuidad. Esa es alarmante.

Todo empezó con las ventanas. En los tiempos mejores, en los que una repara siempre tarde, se colaba a través de ellas el paisaje de barrio capitalino. También trazos verticales, llanos, diagonales y arqueados que traían consigo otros mundos. Mucho dependía de esos cristales, pues su capacidad de dejar pasar la luz hacía posible mi placer y subsistencia.

Primero fue una telaraña; no hubo escoba que pudiera con ella. Al poco tiempo, sombras casi imperceptibles atravesaban el marco llevándome a pensar que veía gente muerta. Unos días más y el extrañamiento sutil devino en película gore: hilos de sangre corrían por los vidrios. ¿Les he contado que nadie más podía verlos? Como suele ocurrir cuando las situaciones nos desbordan, les apliqué un tratamiento profundo de agua, sales minerales, hormonas y proteínas, pero de nada sirvió.




El auxilio del albañil se mostraba ahora insuficiente. Dudé entre un exorcismo y la consulta a un experto en ciencias profanas. La antigüedad del inmueble vino a ser la única explicación para estos fenómenos que les he confiado. Trescientos veinticuatro disparos de luz contuvieron la decadencia, mas no el desconcierto.

Hoy los cristales exhiben ocasionalmente destellos luminosos, como los que percibía la Sibila del Rin. Un parche opaco y algunas formas de espermatozoides y moscas que flotan intentando escapar se las dan de graciosos y juegan con mi paciencia. A veces las moscas simulan ser comas y no sé si una tilde está allí o solo me la imagino; si el trazo tiene una serifa o se trata de un resto de la sangre que verdaderamente existió.

Desgarro de retina sin desprendimiento con hemorragia del vítreo, diagnosticó el experto. Yo le digo primer aviso serio de mi "avanzada juventud", a lo Gioconda Belli, de que los cimientos de esta casa ya no son los mismos. ¿Será que también el alma, esa que sabe más que nadie de claridades y de noches oscuras, va tomando otros rumbos?


viernes, 4 de octubre de 2024

 LA ÉPOCA DEL ORATORIO
(1837)


Para Fernando Méndez Blanco,
a quien le habría encantado
hacer de baquiano en esta ruta.


Un paraje nombrado los dos ríos. Varios documentos de principios del siglo XIX llaman de esta forma a un barrio josefino entre el María Aguilar y el Tiribí (1). Estos dos ríos y tres calles públicas --una que sube hacia San Antonio, otra que va para los Desamparados y una de los Madrigales (2)-- nos dan un esbozo de ese lugar situado a cuatro kilómetros del casco de San José.

Dentro de estos límites se desarrollaba una vida de comunidad desde mediados del siglo XVIII, sino antes. De ello da cuenta un litigio entre los vecinos del Valle de Aserrí y los pueblos originarios de Curridabat por unas tierras donde hoy se ubican San Francisco de Dos Ríos y Zapote; los de Aserrí alegaban ser de los primeros pobladores y descubridores de estos territorios (3). Súmese a esto una contribución de 266 reales que hizo el vecindario en 1801 para establecer un cuartel en la Calle Real de San José (4).

Es probable que en 1837 el paraje nombrado los dos ríos contara con un oratorio (5). La difusión del cultivo del café a partir de 1830 pudo haber hecho de ese un momento propicio para pensar en una edificación comunal. Quizás algunos vecinos se vieron con unos reales de más que los motivaron a impulsar esta empresa.

Es probable también que, a raíz de la instauración de esa ermita aproximadamente en 1837, el barrio adoptara el nombre de su patrono. En un documento de 1838, aparece registrado por vez primera San Francisco de Dos Ríos (6). Sin embargo, esta denominación --lo mismo que sus variantes San Francisco Dos Ríos (7), sin la preposición, y San Francisco de los Dos Ríos (8), con preposición y artículo-- coexistirá todavía durante muchos años con la anterior: solo Dos Ríos o los Dos Ríos (9).

Le invito a hacer un recorrido por esta comunidad, atravesando algunas de las haciendas, fincas, potreros, cercos y solares que existían alrededor de 1837. Nuestros mapas consisten en documentos históricos relacionados con trámites testamentarios y de compraventa de fincas de café en un periodo que, producto de la capitalización del agro, verá un incremento de transacciones comerciales: entre 1834 y 1850 al menos diez fincas de los Dos Ríos cambiaron de dueño (10). Documentos parroquiales y datos genealógicos nos ayudarán a complementar este paseo con informaciones acerca de la participación de algunos personajes y familias durante la segunda mitad del siglo XIX y el transcurso del siglo XX, en una especie de prolepsis o anticipación de acontecimientos.

La siguiente imagen, del renombrado fotógrafo Manuel Gómez Miralles, corresponde a una calle en el San Francisco de los Dos Ríos de 1922. Si le asombra la diferencia con el paisaje actual, ¡imagine cómo pudo haber sido en 1837!



Casa donde estuvo la segunda pulpería de Bolívar Calderón,
frente a la Villa Portugal (información de Alberto Bermúdez).

Para nuestra caminata, nos basaremos en estos cinco puntos de referencia: al oeste, la calle para los Desamparados, que marca el límite actual con el distrito de San Sebastián; la denominada calle que sube para San Antonio, que corresponde a la principal de los Dos Ríos; la calle de los Madrigales, en el límite este, con el cantón de Curridabat; y, por supuesto, los ríos María Aguilar, por el norte, y Tiribí, por el sur, que señalan los linderos con Zapote y Desamparados, respectivamente. El mapa del distrito, de 2013, nos da una idea gráfica de estos límites:




Fuente: Municipalidad de San José, Dirección de Planificación y Observación, Observatorio Municipal. Ficha de información distrital. Distrito San Francisco. La Municipalidad, 2013, p. 12.


Propiedad de Braulio Carrillo

Empecemos por la calle para los Desamparados, al oeste. Cerca de ese punto y hacia el María Aguilar, se ubica una posesión de nopal, caña, plátano y café, con una casa de teja. Le pertenece a Braulio Carrillo (11). Aprovechemos la mención a Carrillo, en ese entonces jefe supremo del Estado costarricense, para aclarar que personajes de la élite político-económica del país tenían propiedades en los suburbios de San José y en otras partes del Valle Central, lo que no significa que vivieran en ellas. Algunos de los nombres que aparecen en esta reseña corresponden a habitantes de la ciudad de San José, no del barrio de los Dos Ríos.

En los alrededores de la posesión de Braulio Carrillo, están los cercos de José Bermúdez y Cayetano Bermúdez (12). Recordemos que la palabra cerco se emplea, en el español de Costa Rica, para referirse a un terreno cercado, contiguo a la casa campesina o en la parte posterior de esta, en el cual se sembraban plátanos, chayoteras, café y uno que otro árbol frutal (13).

Hacienda Bella-vista

Colindante en ciertos puntos con esta calle para los Desamparados, pero del lado del Tiribí, está la hacienda Bella-vista, de José María Mora. Consta de 25 manzanas de terreno distribuidas entre la hacienda principal, compuesta por unos 30 000 pies de café, algunas áreas frutales, dos potreros, un patio de beneficio y habitaciones (14). Se trata de una típica hacienda cafetalera, por su mayor extensión, con un plantío considerable y construcciones tales como la casa y el patio de beneficiar.

En las inmediaciones de la Bella-vista, está un cerco de Andrea y María Cascante (15). También hay un solar perteneciente a Salomé Jiménez que está sembrado de un tipo de pasto conocido como gamalote (16). Otra propiedad, de José Antonio Campos, consiste en una casa de teja y madera labrada, con un trapiche, dos potrerillos divididos, un cerco de milpear y otro de cañaveral (17).

Hacienda de Rafael Barroeta

Esa misma calle para los Desamparados sirve de límite, por el sur y el oeste, a la hacienda de Rafael Barroeta: casa, trapiche, caña, cafetal y potrero (18). Aunque esta época marca el inicio del auge cafetalero, este producto todavía coexistía con sembradíos de caña de azúcar, maíz y pasto, como se observa en esta y otras propiedades de nuestro paseo.

En las inmediaciones de la hacienda de Barroeta, se localiza un cafetal que había sido de Josefa Boniche, esposa de Demetrio Méndez, agricultor y vecino de la aldea de los Desamparados; se compone de dos manzanas de terreno con unos 3000 pies (19). También está un potrero de Pasión Valverde (20), una propiedad de Manuel Antonio Bonilla (21) y otra de Antolino y Juana Prado (22).

A propósito de los Prado

Es probable que la propiedad de los Prado terminara siendo punto de referencia del barrio; algunos francisqueños nacidos a principios del siglo XX solían llamar cuesta de Prado a la pendiente que va del actual Parque Méndez hacia Faro del Caribe. Aprovechemos que hemos hecho un alto en este apellido para rescatar que en 1837 tiene seis años Justo del Carmen Prado Romero (23), quien dará su vida, junto con otros tres soldados de los Dos Ríos, en la Campaña Nacional de 1856 y recibirá sepultura en la hacienda de Santa Rosa (24).

Dos haciendas de Domingo Carranza

Antes de finalizar este trayecto por el lado del Tiribí, está una propiedad de Domingo Carranza, en las inmediaciones de la hacienda de Barroeta y la propiedad de los Prado (25). Posee 26 y media manzanas y se ubica entre la calle que sube de los Dos Ríos para San Antonio al norte y el río Tiribí al sur (26).

También le pertenece a Domingo Carranza una hacienda con unos 8000 pies de café, casa, cocina y patios para beneficiar el grano, que antes había sido de Juan Rafael Mora (27). De esta forma, dirigiremos nuestros pasos hacia el norte del barrio, del lado del María Aguilar, y llegaremos al centro de los Dos Ríos, porque son vecinos de Carranza los Guerrero, los Mora y los Romero, tres de las familias que vamos a encontrar a lo largo de los registros que dan cuenta de la vida comunal, documentada alrededor de las actividades religiosas.

Los Guerrero

Esta propiedad es muy significativa en nuestro recorrido, pues se halla junto al oratorio (28). Ahí viven Juan Guerrero y su esposa María Trejos. De sus trece hijos sobreviven cinco: María de los Ángeles, Félix, Antonia, Higinia Josefa y Seferina (29).

Acaso la vecindad con la ermita haya despertado en esta familia una preocupación especial acerca del cuidado de aquel pequeño recinto que vendría a congregar a los vecinos del barrio. Ya entrado el siglo XX, encontraremos a María Benancia Guerrero Mora (1852-1940), hija de Félix Guerrero y Santos Mora y, por lo tanto, nieta de Juan Guerrero y María Trejos. Ella y su hija, Silvia Muñoz Guerrero (30), velarán por el ornato de la ermita, tocarán las campanas y atenderán a los sacerdotes que llegan a oficiar misa. El esposo de Silvia, Joaquín Abarca, tendrá un daliar detrás del templo, con cuyas flores preparará arreglos para las misas de difuntos y para celebraciones como la del Corpus Christi (31). Años más tarde, en 1956, Silvia regalará un lote de su propiedad (322 metros cuadrados) para colaborar en la construcción del actual templo (32).

Los Mora

Cerca de los Guerrero viven Antonio Mora y Catalina Céspedes. Tienen nueve hijos: Juan Francisco, Antonia, Vicenta, Juan, Ubaldo, María, María de los Ángeles, Anastasia y Ramona (33). Los descendientes de esta familia también participarán en las actividades religiosas del barrio. Un nieto de Antonio y Catalina (34), Julián Mora Reyes, será el primer mayordomo de la ermita (35) y ejercerá esa función a lo largo de casi 30 años; su casa constituirá un punto de encuentro para el vecindario en su interés de organizarse (36); en 1898, el obispo Bernardo Augusto Thiel, en su visita pastoral al barrio, se apeará de su caballo en la casa de los Mora para entrar a la iglesia, en medio del repique de campanas y el reventar de la pólvora (37).

Los Romero

Junto a la hacienda de Carranza, hacia el este, se halla el potrero de Calixto Romero y Josefa Isidora Guerrero, quienes tienen cuatro hijos. Este apellido lo encontraremos con frecuencia en los libros parroquiales a través de Juan Romero Alpízar, quien ocupará el cargo de mayordomo del templo en 1916 (38), de ese cuya primera piedra se había colocado en 1915. Su madre, Eduarda Alpízar, y su hermana, Eloísa Romero, participarán en la compra de reclinatorios mediante contribuciones personales y organizando rifas para esa edificación. Pero ahí no acaban las contribuciones de esta familia: en 1967, Gabina Ureña, esposa de Juan Romero, donará un lote con el objeto de que su venta contribuya a financiar la construcción del templo actual (39). La presencia de esta familia se ve reflejada en sus descendientes, todavía vecinos de los Dos Ríos, y en la denominación de una calle con su apellido, la Calle Romero.




Los Madrigal

Vamos llegando al término de la caminata, en la calle de los Madrigales. Ahí se encuentran varias propiedades de un hijo de Josef Manuel Madrigal Basquez llamado Sebastián. Él está casado desde 1826 con Vicenta Mora (40), hija de Antonio Mora y Catalina Céspedes. Entre sus haberes está un terreno de más de diez manzanas, con una pequeña parte sembrada de café y una calle privada, lo mismo que otros cercos y cafetales.

Lindante con alguna de sus propiedades está un terreno de José María Castro, quien es dueño además de otros cercos, cafetales y potreros en esa misma área (41). Ildefonso Carrillo posee un cafetal y potrero del lado del María Aguilar que también limita con la calle de los Madrigales.

Como dato relevante, la calle que va desde el centro de Curridabat, pasando por el actual Barrio San José, hasta llegar al límite con San Francisco lleva el nombre de Adolfo Madrigal (1863-1952), cuyo bisabuelo, Joseph Lorenzo Madrigal Basquez era hermano del padre del Sebastián Madrigal a cuyos terrenos nos referimos aquí.




Sobre la consideración de las propiedades de Sebastián Madrigal como parte de los Dos Ríos, debemos recordar que en aquella época la división político-administrativa (también la eclesiástica) no estaba definida como en la actualidad. En 1825 Curridabat había sido integrado al Departamento de San José y en 1841 se lo considerará uno de los barrios de San José, con cinco divisiones administrativas, una de las cuales era San Francisco de Dos Ríos (43).

En este recorrido se nos ha quedado por fuera mucha gente. ¡Imagínese que, producto de la peste del cólera, las muertes en el barrio de los Dos Ríos ascendieron a 171 entre el 8 de mayo y el 15 de julio de 1856 (44)! Esa gente que no suele aparecer en los documentos políticos o comerciales importantes. Esa cuyas casas no quedan para el recuerdo. Pero que estuvieron ahí, sufrieron y soñaron sus vidas en un barrio de los Dos Ríos muy distinto al que conocemos hoy. Florencia, Casilda, Domingo, Venancio, Telésforo, Josefa, Ildefonso, Rosario, Nicolasa, Tomasa, Basilio, Ascensión, Prudencia, Longino, Narciso, Policarpo, Teódulo, Mauricia, Eulalia, Gordiana, Trinidad, Siriaco, Pascual, Bartolo, Justo, Candelaria...



Fuentes

(1) Protocolos de San José, núm. 508, año 1835, folio 53v, julio 31. Protocolos de San José, núm. 508, año 1835, folio 62v, agosto 28. Protocolos de San José, núm. 508, año 1835, folio 68, setiembre 11. Protocolos de San José, núm. 529, año 1842, folio 178, setiembre 29.
(2) Protocolo Colonial de San José, núm. 540, año 1845, folio 6, enero 11.
(3) Carlos Molina Montes de Oca, Garcimuñoz: La ciudad que nunca murió. Los primeros cien días de Costa Rica. EUNED, 1993, p. 258.
(4) José Nelson Rojas Gamboa, Tras las huellas del hermano de Asís. Historia y geografía del distrito de Dos Ríos. San Francisco de Dos Ríos, 1995, p. 7.
(5) En otra entrada de este blog (4 de octubre de 2020), me he referido a la iniciativa vecinal llevada a cabo en 1862 de reconstruir la ermita del barrio, que contaba ya con 25 años.
(6) Protocolos de San José, núm. 516, año 1838, folio 108, diciembre 3. Protocolos de San José, núm. 526, año 1841, folio 11v, marzo 17. Protocolos de San José, núm. 533, año 1844, folio 294, setiembre 30.
(7) Protocolos de San José, núm. 537, año 1845, folio 48, abril 4. Protocolos de San José, núm. 537, año 1845, folio 114, octubre 27. Protocolos de San José, núm. 537, año 1845, folio 115v, noviembre 7.
(8) Protocolos de San José, núm. 537, año 1847, folio 13v, noviembre 5.
(9) Protocolos de San José, núm. 502, año 1834, folio 67v, julio 30. Protocolos de San José, núm. 523, año 1840, folio 108, setiembre 4. Protocolos de San José, núm.  530, año 1843, folio 262, noviembre 2. Protocolos de San José, núm. 547, año 1846, folio 24v, abril 3.
(10) Eugenia Rodríguez e Iván Molina. Compraventas de cafetales y haciendas de café en el Valle Central de Costa Rica (1834-1850). Anuario de Estudios Centroamericanos, 18(1), 2012, pp. 29-50.
(11) Protocolos de San José, núm. 529, año 1842, folio 29, febrero 1.
(12) Ídem.
(13) Carlos Gagini, Diccionario de costarriqueñismos. Imprenta Nacional, 1919. Miguel Ángel Quesada Pacheco, Nuevo diccionario de costarriqueñismos (tercera edición). Editorial Tecnológica, 2001.
(14) Protocolos de San José, núm. 530, año 1843, folio 262, noviembre 2. Protocolos de San José, núm. 547, año 1846, folio 24v, abril 3.
(15) Protocolos de San José, núm. 530, año 1843, folio 262, noviembre 2.  Protocolos de San José, núm. 547, año 1846, folio 24v, abril 3.
(16) Protocolos de San José, núm. 530, año 1843, folio 262, noviembre 2.  Protocolos de San José, núm. 547, año 1846, folio 24v, abril 3. Protocolos de San José, núm. 500, año 1833, folio 2, enero 9.
(17) Protocolos de San José, núm. 529, año 1842, folio 178, setiembre 29. Protocolos de San José, núm. 530, año 1843, folio 262, noviembre 2. Protocolos de San José, núm. 547, año 1846, folio 24v, abril 3.
(18) Protocolos de San José, núm. 516, año 1838, folio 108, diciembre 3. Protocolos de San José, núm. 547, año 1846, folio 33v, abril 16.
(19) Protocolos de San José, núm. 533, año 1844, folio 294, setiembre 30.
(20) Protocolos de San José, núm. 537, año 1845, folio 42, abril 5.
(21) Protocolos de San José, núm. 516, año 1838, folio 108, diciembre 3.
(22) Protocolos de San José, núm. 562, año 1849, folio 95v, junio 30.
(23) Libro de Bautizos de San José (13, 412, 493).
(24) Revista El Mensajero del Clero, mayo de 1932.
(25) Protocolos de San José, núm. 516, año 1838, folio 108, diciembre 3.  Protocolos de San José, núm. 547, año 1846, folio 33v, abril 16. Protocolos de San José, núm. 562, año 1849, folio 95v, junio 30.
(26) Protocolos de San José, núm. 512, año 1837, folio 86v, diciembre 27.
(27) Protocolos de San José, núm. 508, año 1835, folio 62v, agosto 28. Protocolos de San José, núm. 508, año 1835, folio 68, setiembre 11. Protocolos de San José, núm. 562, año 1849, folio 95v, junio 30.
(28) Entrevista a Vera Muñoz, realizada el 30 de setiembre de 1998.
(29) Protocolos de San José, núm. 511, año 1836, folio 55v, julio 23.
(30) Costa Rica, Registro Civil, 1823-1975. Búsqueda en Family Search. Entry for Maria Guerrero Mora and Felix Guerrero, 1 Aug 1941.
(31) Entrevista a Vera Muñoz, realizada el 30 de setiembre de 1998.
(32) Libro de Actas. Comité Pro Construcción Iglesia de San Francisco Dos Ríos (7 de marzo 1956 al 19 julio 1961). Actas del 7 nov. 1956, 9 enero 1957, 30 abril 1957, 21 mayo 1957, 1 oct. 1957 y 22 oct. 1957.
(33) Protocolo de San José, núm. 521, año 1840, folio 12v, feb. 10.
(34) Fondos Antiguos. Libro núm. 62, caja 76, expediente 85.
(35) San Francisco de Dos Ríos. Libro de Cargo 1869 (Mayordomía de la filial de San Francisco de Dos Ríos, que pertenece a la parroquia El Carmen-San José) 1869-1898. Anotación del 25 de julio de 1869.
(36) San Francisco de Dos Ríos. Libro Mayordomo 1869. Libro de Data Mayordomía de San Francisco de Dos Ríos (1869-1895). Anotación del 1 de marzo de 1890.
(37) Visitas Pastorales 1882/1898 y 1899. Libro núm. 4, folio 215.
(38) San Francisco de Dos Ríos. Libro de Fábrica 1898-1921. Anotación del 20 de octubre de 1918.
(39) San Francisco de Dos Ríos. Libro de Actas de la Junta Edificadora. 28 de junio de 1965 a 16 de mayo de 1972. Anotaciones del 24 de julio, 28 de agosto, 5 de setiembre, 2 de octubre, 24 de octubre, todos de 1967.
(40) Costa Rica, registros parroquiales y diocesanos, 1595-1992. Búsqueda en Family Search. Entry for Sebastian Madrigal Meun and Manuel Madrigal, 2 Oct 1826.
(41) Protocolos de San José, núm. 553, año 1847, folio 57, noviembre 18.
(42) Protocolo Colonial de San José, núm. 540, año 1845, folio y, enero 11.
(43) Mariana Campos Vargas, Edificaciones, haciendas y viviendas en Curridabat, una comunidad cafetalera del Valle Central de Costa Rica (1900-1950). Revista del Archivo Nacional, 75(1-12), 2011, pp. 71-98.
(44) Libro núm. 12 de Defunciones de San José.

sábado, 24 de agosto de 2024

 MARIPOSA RECIÉN NACIDA


Cuando la chiquilla se internó en el bosque, escuchó el sonido de un arroyo y se desvió. Las nubes se acercaron a reconocer tal osadía dejando a su paso una bruma que pintaba la vegetación de escenas fantasmagóricas. Pájaros campana y ranas amarillas lo envolvieron todo con insistentes llamados. Los pequeños zapatos escolares avanzaban como patines sobre las hojas y hacían que queso, aguadulce y tortillas se mecieran en la canasta. Esa sencilla gastronomía aderezada con el amor de su madre no debía sucumbir a un resbalón. Para aferrarse mejor al suelo y conservar el equilibrio, se quedó descalza y decidió aguantar el rechazo instintivo que le producía el contacto de sus pies desnudos con los bichos y todo tipo de malezas que salían a su encuentro. Había sido oportuno hacerse acompañar de su impermeable rojo en semejante travesía.

¿Estará preocupada la abuela por mi retraso? No lo creo, se tranquilizaba. La señora, con la obstinación de quien ha sabido encontrar un lugar de acogida en el mundo, disfruta viviendo sola. Es más, no sería extraño que ahora mismo se entretuviera atendiendo a alguna de las visitas que de la nada aparecían en la puerta de su casa. Una chica enamorada extraviada. Un muchacho que debe superar una prueba. Había jovencitas que pasaban por ahí, le ayudaban en los quehaceres y aprendían a ser compasivas o descubrían alguna verdad que se les había ocultado. Otros precisaban de más ayuda, una sobrenatural, como un objeto mágico o un don extraordinario para llevar a cabo una tarea. La astucia de su pariente era tanta que una vez volvió deseable a una doncella a quien le prodigó la pócima de un simple baño.

De esta forma iban columpiándose sus pensamientos como mono congo de rama en rama, cuando empezó a sentir dolor en la barriga. Un frío se le coló por los pies y se sintió extrañamente débil. Para paliar la incomodidad, se sentó cerca del riachuelo. Se bebió la aguadulce, que siempre entona cualquier descompensación del cuerpo y hasta del alma, y se preparó un gallo de queso tierno. Recordó entonces que su abuela le había dicho que la zona estaba repleta de hongos comestibles, pero ella no conocía su apariencia; así que se dejó llevar por sus impulsos y tomó los primeros que vio, los más coloridos, por cierto.




Pasado un rato de descanso, sintió como si no fuera ella. Los pies estaban en tierra, pero su mente revoloteaba cual mariposa recién nacida, eufórica, con la certeza de que, si bien es joven, su muerte está cerca. Una parte suya casi podía volar con las hojas de los helechos movidas por el viento. Otra estaba tan pesada como si unos yunques la atrajeran hacia una fuerza desconocida que habitaba en su vientre. A la distancia, entre un banco de niebla, un par de ojos emitían un brillo débil. ¿Será la abuela, que ha salido a buscarme con su vecino, el antiguo jefe de los guardaparques? Las linternas se acercaron hasta tomar la forma de un jaguar de ojos brillantes, que se plantó a verla, a la espera del menor descuido de la niña. Esta quedó paralizada cuando el felino le habló para decirle que no le temiera, que una bestia no representaba ningún peligro sino el hombre. La mariposa de su mente la trasladó de inmediato al pueblo, donde unos ojos acechantes la observan con odio. No sabe leer el deseo en esas miradas. Piensa que algo malo debe de haber hecho para caerles tan mal a sus vecinos, y hasta a sus vecinas, que ya no la ven como antes, sino que la examinan con recelo para luego dirigir sus ojos a otra parte.

El jaguar caminó bosque adentro y la niña descalza del impermeable rojo lo siguió, esperando encontrar en sus manchas la respuesta a lo que le estaba pasando. No lo pudo alcanzar y, peor aún, ahora su extravío era total. De repente percibió un hilillo de sangre que corría por sus piernas. ¿Qué me pudo haber pasado?, se dijo con una mezcla de sobresalto y risa tonta. ¿Me habrá mordido una coral? ¿Será que me voy a morir? Su cabeza daba vueltas mientras el sol estaba a punto de cobijarse por completo. Un destello en el horizonte dejó ver una silueta a su lado, era una criatura hecha de luz. "Yo también llevo mucho tiempo extraviado en este bosque", escuchó, y tras esas palabras creyó ver al gentil muchacho que había nacido con un pañal de la buena suerte. "Un día solo aparecí aquí", siguió diciendo la criatura, cuya forma se parecía ahora a la de esa muchacha alta, robusta y fea que durante varios años cuidó los gansos de su abuela y terminó casada con un conde. "No sé quién soy ni qué seré": eran las palabras que salían de la boca de un hombre mitad soldado y mitad hormiga, "pero no es necesario llevar prisa, todo tiene su tiempo", finalizó una joven madre cuyas trenzas largas la hicieron famosa y que esperó por años hasta ver a su familia reunida.   

Con una mano cálida y vaporosa capaz de contrarrestar el frío interno que había invadido a la extraviada desde que se acercó al arroyo, la criatura la condujo por un sendero. La niña vio de nuevo unas luces, esta vez más grandes, que salían a su paso y, movida por esa curiosidad extraña que a veces produce el temor, soltó la mano que la sujetaba y empezó a correr hacia ellas esperando que fueran de nuevo los ojos del jaguar. Mientras la amable criatura con cabeza de hormiga se disolvía en la bruma donde había tomado forma, la chiquilla pudo divisar a su abuela, que la andaba buscando desde hacía rato, sin importar que ya se hubiera hecho de noche. La mujer de cabellos grises, líneas de marioneta y ojos brillantes de sabiduría observó con ternura los hilillos rojos en las piernas de su nieta, la tomó en sus brazos y la llevó a casa, donde después de asearla y darle unas cuantas indicaciones sobre el despertar de la belleza, le preparó un té de flores de manzanilla recién cortadas del jardín. Cuatrocientas setenta y dos repeticiones de ese ciclo lunar tenía a su haber la vieja alas de murciélago, patas de gallo y piel de cebolla. Su nieta ahora estaba emparentada también con las fuerzas de la naturaleza. La sentó sobre sus regazos en la mecedora y la cubrió con un abrazo que olía a hierbas, a miel, a polen, a tierra, en ese bosque donde las copas de los árboles se besan con las nubes.



(Imagen de Hendrike, Psychedelic dingbatshttps://commons.wikimedia.org/wiki/File:Psychedelic_dingbats.png)



jueves, 4 de enero de 2024

 HILDEGARDA


Hildegarda de Bingen (1098-1179) es una figura portentosa. Lo fue a los ojos de sus contemporáneos, gente de la Baja Edad Media dispuesta a sentir respeto y admiración por una mujer emparedada en el monasterio de Disibodenberg en Alemania y de quien se decía que era receptáculo del mensaje divino y que tenía el don de sanar; luego la vieron establecer dos monasterios y, hacia el final de su vida, realizar complicados viajes de predicación cuyos sermones contenían reproches al clero. Bernardo de Claraval, uno de los hombres más influyentes de esa época, reconoció en ella una voz que debía escucharse y, a partir de la autorización del papa Eugenio III para que comunicara sus visiones, personas de todos los niveles sociales iban en busca de su consejo: desde estudiantes, soldados y campesinos, pasando por miembros de la nobleza, hasta autoridades del clero e incluso Federico Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, y la no menos poderosa Leonor de Aquitania.

Hildegarda también es una figura admirable para el mundo actual. Este la ha redescubierto a la luz de una producción extensa y polifacética, sin dejar de lado la distinción de las autoridades católicas al conferirle, en el año 2012, el título de doctora de la iglesia, que comparte solo con otras tres mujeres: Teresa de Ávila, Catalina de Siena y Teresa de Lisieux.


Primera imagen del libro Scivias.


Su obra comprende libros ilustrados mediante los cuales revela sus visiones, que explican el sentido del mundo a partir del propósito divino. La Creación y la historia bíblica son temas del primero de ellos (Scivias). Treinta y cinco diálogos dramáticos forman un compendio de ética donde, mediante alegorías de los vicios y las virtudes, plantea la lucha entre el bien y el mal en la vida cotidiana y donde el universo aparece como regalo de Dios a la humanidad para su regocijo (Liber vitae meritorum). Un tercer libro revelado (Liber divinorum operum) se refiere a la acción creadora de Dios y el papel de la humanidad en este proyecto cuya trascendencia se expresa como armonía entre los elementos del universo y las dimensiones del cuerpo humano.


El hombre universal (Liber divinorum operum).


Para Hildegarda, la música es la forma más elevada de contacto divino. Explica la caída de Adán como la pérdida de una «armonía celeste» que el ser humano intenta restituir mediante las composiciones para alcanzar esa sinfonía cósmica que une cielo y tierra. Hoy su creación musical está disponible a través de innumerables grabaciones. Aquí una de mis favoritas: «Columba Aspexit».




De su interés por el mundo natural se desprenden dos obras. Physica es un tratado sobre las leyes de la naturaleza; presenta descripciones detalladas de plantas, animales, piedras preciosas y metales, cuya interrelación atribuye a la sabiduría de Dios. Causae et curae, por su parte, expone su idea de la salud como fuerza vital y de la enfermedad como proceso degenerativo que merma dicha fuerza; en este mismo escrito plantea que detrás del acto sexual está el poder de la eternidad. Vistas desde el conocimiento científico actual, muchas de las explicaciones que contienen estos libros son obsoletas, pero otras revelan un avance con la visión de mundo de la época.

También nos han llegado de ella otras obras como una biografía de San Disibido y una de San Ruperto, lo mismo que la lingua ignota, una lengua artificial por la que Hildegarda de Bingen ostenta el título de patrona de los esperantistas.


*****


En 2009, la escritora danesa Anne Lise Marstrand-Jørgensen publicó una biografía novelada sobre Hildegarda. Una biografía novelada es un género a medio camino entre los datos reales y la ficción. Se inspira en un personaje histórico, pero no apela al rigor del género biográfico, que exige una demostración de las fuentes; deja más libertad a la escritura, ante todo en la atribución de rasgos al mundo interior del personaje. No obstante, obliga a un estudio detallado de la época para lograr una ambientación creíble y no incurrir en anacronismos evidentes.

Esto siempre conduce a una disyuntiva: ¿Se valora el texto literario por su apego a los datos reales, lo cual supone que no se está distorsionando o falseando la vida del personaje, o se lo valora como un producto artístico en sí mismo, como una totalidad de sentido lograda independientemente de su adhesión a la realidad? Hablando en términos de gustos, no de mayor o menor calidad artística, prefiero una buena biografía, con sus lagunas, que dejan espacio abierto a la imaginación y a las inferencias, que una biografía novelada, sobre todo si se carece del criterio para discernir hasta dónde llegan los datos verídicos y dónde empieza la interpretación del autor o autora del texto.


Portada de Hildegarda,
de Anne Lise Marstrand-Jørgensen
(Editorial Lumen).


La obra de Anne Lise Marstrand-Jørgensen abarca los primeros cincuenta años de Hildegarda, de 1098 a 1148, cuando obtuvo la aprobación papal para comunicar sus visiones. Deja por fuera otros momentos de su vida de los cuales se conoce más, debido a la escritura de sus obras, a su vasta correspondencia, al contenido de sus sermones y a la fama que se iba extendiendo alrededor de ella.

Frente a la imagen portentosa que presentamos al inicio, Marstrand-Jørgensen retrata a Hildegarda desde su fragilidad, que constituye un tema novelable. No se trata de la monja benedictina cuyo primer escrito, el Scivias, leyó el propio papa ante una audiencia mientras elogiaba a su autora. No es la época del reconocimiento, de la aprobación, de la publicación de unas revelaciones cuyo origen no se cuestionaba. Es el momento de la duda, de saber que ocurre algo que no se puede decir sin arriesgar mucho o arriesgarlo todo. Se siente aquí la vulnerabilidad, como en la carta que dirige Hildegarda a Bernardo de Claraval para pedir su intercesión ante el papa: «Respóndeme, a mí, tu indigna sierva, que nunca desde la infancia ha vivido en seguridad una sola hora»

Acerca del origen de sus visiones y su relación con extensos episodios de enfermedad, los razonamientos actuales son variados. ¿Mintió Hildegarda sobre aquellas a fin de tener autoridad para escribir? ¿Usaba sus enfermedades, que hoy podrían considerarse psicosomáticas y que implicaban largos periodos de postración, para manipular a quienes se oponían a sus intereses? ¿Sus «visiones», donde aparecen luces, chispas, estrellas, destellos, ondulaciones, eran más bien señales del «aura» que corresponde a procesos migrañosos y que, en el caso de una «conciencia privilegiada» como la suya, pudieron convertirse «en el substrato de una suprema inspiración extática» (Oliver Sacks)? ¿El mandato divino de escribir que tuvo a los 43 años podría corresponder a un estado de delirio producido por el aumento de estradiol relacionado con procesos menopáusicos (Janina Ramírez)? ¿La humildad de Hildegarda, quien se refiere a sí misma como «una pluma movida por el viento», oculta una vasta formación y, con ello, su acceso a diversas fuentes de saber?


Primera visión del Libro III de Scivias.


Marstrand-Jørgensen no se suma a esas voces críticas del origen de la condición profética de Hildegarda. Por el contrario, sigue muy de cerca lo que la propia monja y sus biógrafos plantean sobre su predestinación. Así, al describir su nacimiento como un «círculo de luz», retoma un elemento central de lo que serán sus visiones, el círculo cósmico.

Varios documentos escritos por Hildegarda dejan constancia de que las visiones y la enfermedad la acompañaron desde sus primeros años de vida. En una carta a Guibert de Gembloux, quien luego sería uno de sus secretarios y uno de los autores de su Vita, la abadesa anota: «Desde mi infancia, cuando todavía no tenía ni los huesos, ni los nervios ni las venas robustecidas, hasta ahora, que ya tengo más de sesenta años, siempre he disfrutado del regalo de la visión en mi alma». Y, en el Liber divinorum operum, se refiere así a su fragilidad: «Desde el día de su nacimiento esta mujer vive encerrada en las enfermedades como en una red, de tal forma que su médula, sus venas y su carne son continuamente torturadas por los dolores».

¿Qué le aporta, a esa condición que plantea Hildegarda, esta biografía novelada? La parte inicial del texto literario, que abarca los primeros ocho años de su vida (de 1098 a 1106), se centra en el conflicto que supone para una niña vivir unas experiencias únicas, que no comparte con nadie más de su entorno. Marstrand-Jørgensen combina la descripción de tales experiencias con la reacción de las personas que la rodean, en especial de su madre, Mechthild.


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Veamos, en primer lugar, la forma como se refiere a las vivencias particulares de la niña. Presenta unas descripciones que proceden de la sensibilidad de esta, dejando ver que se halla invadida por la curiosidad y la alegría de todo lo que la rodea: la luz, la belleza de los campos, la vida animal, los olores, las sensaciones a través de la piel, el frío, la rugosidad de las paredes... De tal forma nos acerca a la unión mística de Hildegarda con esa Luz que percibe desde recién nacida:

«Ella ve un haz luminoso, un ojo que es mucho más grande que todos los ojos. [...] Los otros ojos no ven el ojo, pero Hildegarda escucha. La luz cobra vida y habla como si tuviera boca» (p. 41).

El cuadro de Hildegarda niña contiene otro elemento particular: una extraordinaria habilidad innata para percibir los sonidos. Según su Vita, ella no recibió ninguna instrucción musical más que la de Jutta, la joven noble con quien inició su vida monástica a los ocho años, que se limitó a la alabanza de Dios con el salterio de diez cuerdas. Marstrand-Jørgensen aprovecha este dato para enfatizar en un don especial de Hildegarda que la llevaría a apreciar múltiples posibilidades del sonido. El narrador entra en los pensamientos de la niña, como en la siguiente descripción, cargada de sinestesias, para dar cuenta de su experiencia a los cuatro años:

«El ruido que hacen los perros de papá se parece al musgo y sabe a metal. La voz de mamá tiene el mismo color que la cerveza ligera, pero su sabor no es ni dulce ni amargo, sino más bien como cuando se abre la boca al viento. La voz de Agnes es luminosa como el cielo después de la lluvia, huele a tomillo y a hierba húmeda. Los pasos de papá cambian constantemente de color: cuando habla con los demás, su voz tiene el color de la tierra y de los guijarros planos y secos del riachuelo; cuando habla a su Hild, su voz se convierte en un deshilachado sol de invierno. Los sonidos fluyen, se entremezclan y se organizan en formas variadas, dan vueltas como peonzas, giran y giran sin parar» (p. 48).

En la construcción de la protagonista, Marstrand-Jørgensen destaca una condición especial para entrar en contacto con los elementos naturales y con cuyas sensaciones la niña parece ser una. En estas descripciones de la naturaleza, se manifiesta la visión holística teológico-cósmica que se desprende de las obras de la doctora de la iglesia:

«[Hildegarda] Está hecha de piedra; solo sus entrañas, muy dentro de su cuerpo, son un sol en llamas, como el olor de los establos o el viento pesado del verano. Escucha; las piedras cantan, el gris canta, los montículos son una canción, las cavidades otra. Tonos lentos y escurridizos que fluyen al unísono a través de los oídos y los pies.

Salta y se aparta de la pared hasta un pequeño montículo al sol, hasta el olor a tomillo, salvia, agua estancada y moho. Cuando las extremidades dejan de ser piedra para volver a ser carne, se convierte en una colmena, zumbante, dolorosa, calurosa como después de una picadura. El olor tiene una voz que no puede interpretar, pero que busca en todas partes y en todo lo que hace» (pp. 109-110).

Se trata de una unión mística con la naturaleza. De tal forma, Hildegarda se siente parte de la creación divina. Así continúa la cita anterior:

«"Mamá, yo misma lo he oído, no eran solo las piedras, era la Luz, era la Voz, lo he visto, lo he oído, era un canto, es importante, ¿no quieres oírlo, mamá?"» (p. 110).

Pero esa Voz le habla solo a ella. Esa Luz se manifiesta solo para ella. Las experiencias que vive la niña no las vive nadie más de su entorno. Aquí vienen las reacciones, especialmente la de su madre, que marca el nudo conflictivo de la primera parte del texto.


*****


Marstrand-Jørgensen describe la vida cotidiana en el hogar de Hildebert, Mechthild y sus ocho hijos, poniendo al descubierto la inquietud que les produce esa condición que presenta Hildegarda desde pequeña. La siguiente escena ilustra la libertad de escritura, de ficcionalización, y el contexto de la vida cotidiana característicos de la biografía novelada.

«De pronto, mientras cenan, Hildegarda se echa a llorar, y sus sollozos son tan estridentes que todos dejan de comer y la miran. [...] Mechthild se levanta: puede aguantar los chillidos, pero la crispación que deforma el rostro de la niña dividiéndolo en dos partes asimétricas es más de lo que puede soportar. [...Cuando se llevan a Hildegarda del comedor, Mechthild va detrás. Hugo se ríe, Benedikta le da una colleja para castigarle por su inadecuada reacción. Odilia sigue comiendo como si nada. "Si toda la casa tuviera que agitarse cada vez que Hildegarda sufre un ataque dice sería imposible estar tranquilos", y por esa observación recibe también una colleja (pp. 116-7).

Pero no todos en esa familia noble se toman las cosas con el desenfado de Odilia. Para la madre el asunto no es solo de vida o muerte la fragilidad extrema de su hija menor se hizo notoria desde el nacimiento; implica que el alma de la niña se salve o se condene por los siglos de los siglos.

La novelista danesa aprovecha el dato verídico, y sobre el cual se sustenta el destino de Hildegarda, de la niña ofrecida como diezmo a la iglesia, para explorar el profundo temor de una madre de la Edad Media ante la situación particular de un miembro de su progenie. El abandono de infantes era una práctica común en ese momento de la historia europea, sobre todo por motivos económicos; cuentos como el de «Hansel y Grethel» tienen, en ese sentido, cierta base realista. Una forma de no dejar a esos infantes a su suerte consistía en entregarlos a un monasterio. Pero también las familias nobles ofrecían a sus hijos como oblatos, sobre todo a los menores, por motivos religiosos, a la vez que les garantizaban así una buena educación. Al igual que Hildegarda, Tomás de Aquino (siglo XIII) fue un niño oblato, el menor de nueve hijos de una familia noble que fue entregado a un monasterio cuando tenía apenas cinco años.

El hecho de que nuestra protagonista termine destinada a la vida conventual se explica, en este texto literario, a la luz de la preocupación de la madre por su fragilidad desde el nacimiento, pero luego por el temor que le inspira su forma de comportarse.

En los documentos relacionados con la canonización de Hildegarda, se cita un episodio que demuestra su poder de profecía: la niña describe la apariencia del becerro que una vaca lleva en su vientre; al comprobarlo tras el parto, la familia decide recluirla en un monasterio, dado su «carácter diferente al de los demás». El texto de Marstrand-Jørgensen retoma esta anécdota, envolviéndola con los estados emocionales de los personajes: a la ternura y el entusiasmo de la niña, que aún no ha aprendido a reprimir la comunicación de sus vivencias, siguen el temor y la censura velada de la madre:

«Hildegarda apoya las manos en el animal, que está a punto de parir. "Hueles a dulce y cálido olor a vida, dulce vaca lechera", le susurra la pequeña, sonriendo de alegría. Sonríe porque de repente logra ver el becerro flotando en el vientre de su madre; lo ve envuelto en una aureola de luz, como una sombra en el campo, con los ojos negros y las patitas inseguras. Lleva joyas en el cuello y en las patas delanteras, y una corona de piedras y perlas, blancas como la tiza y negras como el carbón, y sonríe» (pp. 60-1).

Cuando el becerro nace y tiene la apariencia que Hildegarda dijo haber visto antes, «los pensamientos de Mecthild se llenan de sombrías sospechas» (p. 62) y termina regalándolo a Agnes, la nodriza, con lo cual el texto recrea lo que pudo haber sido un momento, no de gloria, sino incómodo, de inseguridad, de no saber qué hacer ni qué reacción tomar.

La madre representa las ideas de la época. Representa el temor ante lo sobrenatural, que está teñido de superstición, pero que también tiene asidero en el pensamiento religioso de la Edad Media. ¿Las visiones de Hildegarda proceden de Dios o vienen del diablo, capaz de adoptar múltiples disfraces para el engaño? En esa sociedad profundamente religiosa, no se manejaba el concepto moderno de estados mentales alterados en relación con las visiones y las experiencias místicas. No se cuestionaba su realidad, lo que se ponía en duda era su procedencia. Podría tratarse de «experiencias de inspiración satánica» y que, en el origen de los desórdenes mentales, estuviera un desorden del alma, producto del pecado.

Desafiar el poder eclesiástico sembrando la menor duda acerca del apego a sus dogmas hacía que cayera sobre la persona el peso de la ley. Peor aún si se lo desafiaba abiertamente. Dos siglos después de los hechos que relata esta novela, en 1310, la beguina Margarita Porete fue quemada viva: su enseñanza del «puro amor», sin ninguna mediación entre la persona y Dios, se calificó de herética y ella se negó a retractarse. Más tarde, durante el Renacimiento italiano, a sor Benedetta Carlini se la acusó de provocarse heridas que imitaban los estigmas de Jesús Crucificado, pero finalmente se la recluyó por los testimonios de «lesbianismo» en su contra. En la Francia del siglo XVII, las monjas de un convento se declararon poseídas por el demonio e inculparon de ello a un cura, quien terminó en la hoguera, hechos que pasaron a la historia como el caso de Loudun.

Lo que en un principio era para Mechthild la obligación de cumplir con la promesa hecha a Dios desde el nacimiento de su benjamina va escalando en intensidad con el transcurso de las acciones y conforme los rasgos de ambos personajes madre e hija adoptan mayor complejidad, hasta el punto de hacer imperiosa la entrada de la niña en un convento.

«Con toda esa claridad se imagina Mechthild que una vida piadosa puede proteger a la niña de las sospechas que la rodean, y hasta qué punto le asegurará un lugar destacado en el paraíso, si muriera antes de llegar a adulta» (p. 102).

La joven Jutta, quien planea llevar una vida de anacoreta en el monasterio de Disibodenberg, aparece como la tabla de salvación para esa madre a quien la menor de sus hijos ha descolocado:

«Si Hildegarda solo habla con Jutta, será asunto de Jutta decidir qué hacer con las visiones y premoniciones de la niña. En el convento será la abadesa quien decidirá si el problema de Hildegarda viene del cielo o del infierno...» (p. 103).

¿Cómo podrá sobrellevar el claustro una niña enfermiza que ha sentido la unión con el mundo natural de manera privilegiada? ¿Cómo manejará, dotada de la madurez de los años, el conflicto que supondrá tener visiones y la necesidad interna de comunicarlas, a lo que se sumará luego el mandato de la Luz de que las haga públicas? Estos son temas que la biografía novelada de Marstrand-Jørgensen trata en la segunda y tercera partes, siempre haciendo énfasis en la lucha interior y exterior de Hildegarda a raíz de sus visiones.

¿Cómo puede vivir en silencio durante cinco décadas alguien que ha experimentado la manifestación divina desde sus primeros años de vida? Al inicio, en la vida familiar, con esa ingenuidad de quien lo habla todo, seguida de la reacción de los otros, principalmente el temor de la madre. Más adelante, con su inserción en el mundo eclesiástico, el miedo a ser rechazada, silenciada, castigada. En esa tensión se mueve la novela. En esa sensación de vulnerabilidad frente a las revelaciones de que Hildegarda era objeto, en un mundo cuyos parámetros hoy nos pueden resultar difusos, pero que la recreación de esta biografía nos ayuda a comprender mejor.


Lecturas recomendadas

Brown, Judith C., Afectos vergonzosos. Sor Benedetta: entre santa y lesbiana (Crítica, 1989).

Carpinello, Mariella, «Dos místicas de la Edad Media: Hildegarda de Bingen y Gertrudis Hefta La Grande». En: El dulce canto del corazón. Mujeres místicas, desde Hildegarda a Simone Weil, de María Chiaia (Narcea, 2006).

Carrera, José M., Mujeres indómitas. Sanadoras de la Edad Media (Laetoli, 2021).

Cirlot, Victoria y Blanca Garí, La mirada interior. Mística femenina en la Edad Media (Siruela, 2021).

Epiney-Burgard, Georgette y Emilie Zum Brunn, Mujeres trovadoras de Dios. La tradición silenciada de la Europa Medieval (Paidós, 1998).

Feldmann, Christian. Hildegarda de Bingen. Una vida entre la genialidad y la fe (Herder, 2009).

Fuente, María Jesús, La luz de mis ojos. Ser madre en la Edad Media (Taurus, 2023).

Huxley, Aldous, Los demonios de Loudun (Navona, 2017).

Marstrand-Jørgensen, Anne Lise, Hildegarda (Lumen, 2021).

Martinengo, Marirì«La armonía de Hildegarda. Un epistolario sorprendente». En Libres para ser. Mujeres creadoras de cultura en la Europa medieval (Narcea, 2000).

Pernoud, Régine, Hildegarda de Bingen. Una conciencia inspirada del siglo XII (Paidós, 2012).

Ramírez, Janina, Fémina. Una nueva historia de la Edad Media a través de las mujeres (Ático de los Libros, 2023).

Sacks, Oliver, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (Anagrama, 2009).

Villena, Miguel Ángel, «Biografías noveladas o cuando se unen realidad y ficción» (infoLibre, 10 de agosto de 2014).

https://www.infolibre.es/cultura/biografias-noveladas-unen-realidad-ficcion_1_1103969.html


Imágenes

Primera imagen del libro Scivias

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Hildegard_von_Bingen.jpg

El hombre universal

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Hildegard_von_Bingen_Liber_Divinorum_Operum.jpg

Primera visión del libro III de Scivias

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