Y LA EMPATÍA SE HIZO PERSONAJE
La marginalidad es un recurso productivo en la creación de personajes literarios. Esos locos, soñadores, inadaptados y hasta no humanos presentan, desde fuera del orden social, un mundo que puede verse de forma distinta a la acostumbrada. Por eso vale la pena que nos colemos entre las páginas de los libros acompañando a Holden Caulfield, Emma Bovary o el gato de Natsume Sōseki.
Tan poderosa puede llegar a ser la ficción literaria que resulta capaz de modelar el mundo real. Esta es la tesis de Jerome Bruner en La fábrica de historias. Los personajes de ficción han prestado su nombre a ciertos rasgos de personalidad. Un ejemplo del mundo de la autoayuda es el síndrome de Peter Pan, sobre hombres que se niegan a crecer. La historia del Patito Feo, de Andersen, acompaña la propuesta acerca de la resiliencia que formuló Boris Cyrulnik en uno de sus libros. Jules de Gaultier, por su parte, acuñó el término «bovarismo» para un estado de insatisfacción constante con la realidad. Incluso existen denominaciones adoptadas desde el mundo de las ciencias médicas, como el síndrome de Alicia en el País de las Maravillas, que se refiere a distorsiones perceptuales de base neurológica relacionadas con el propio cuerpo, los objetos circundantes y el transcurrir del tiempo. Un grupo de investigadores colombianos liderados por Leonardo Sánchez Palacios alude a este síndrome, al mejor estilo de Oliver Sacks, como un caso donde lo literario parece responder de manera más acertada que la propia realidad de la ciencia: «Las alteraciones socioperceptivas tan dramáticas que describen los pacientes tienen una mejor cabida en el libre mundo de lo literario que en los límites de una descripción médica», anota.
Los avances en campos como la medicina, las neurociencias y la psicología han traído consigo un cambio terminológico que redunda en la forma como nos percibimos a nosotros mismos y como enfrentamos los momentos de crisis. Los modismos de la psicología han sido la herramienta mediante la cual, al decir de Frank Furedi, se interpretan hoy los problemas existenciales. Esto pasa sobre todo con las personas más jóvenes, quienes suelen describir sus malestares anímicos como ansiedades, depresiones, bipolaridades o trastornos de tal o cual índole.
La literatura tampoco ha escapado a los modismos de la psicología y otras disciplinas. Protagonistas literarios más recientes no son solo seres que no se adaptan bien, esos privilegiados que no encajan, de Alejandra Pizarnick. Ahora presentan trastornos que se identifican con giros especializados.
Este es el caso de Seon Yunjae, personaje principal de Almendra, la novela con que debutó en 2017 Won-pyung Sohn (Corea del Sur, 1979-). Como en el cuento de «Juan sin Miedo», Seon Yunjae no conoce esta emoción, y tampoco ninguna otra, debido a que padece alexitimia, que se caracteriza por dificultades para reconocer y expresar las emociones y sentir empatía. Su madre lo instruye de maneras rudimentarias para que responda como se esperaría ante diversas situaciones, con el fin de protegerlo del peor peligro: parecer diferente. Pero parecerlo de verdad, sin que medie esa intención estereotipada de «lo original», que tanto vende. «Como un príncipe que hubiera sido maldecido para no sonreír jamás, yo no movía un músculo de la cara ‒relata el personaje‒. Mi mamá recurrió a todos los medios que se le pasaron por la cabeza para hacerme reír, como una princesa extranjera dispuesta a hacer lo que fuera para despertar el corazón del príncipe encantado». Con toda razón, a la señora no le preocupa tanto que su hijo se pierda los placeres de amar y sentirse amado, como que se exponga a la crueldad de los otros. Esa ataraxia del joven ante las amenazas y malos tratos de sus pares despierta la envidia de estos, pues los deja solos frente a su propia vulnerabilidad, lo que acrecienta su rencor. Nos hacemos eco aquí de la afirmación de Gavin de Becker, para quien «el auténtico miedo es un don», pues representa un mecanismo de supervivencia desde el punto de vista evolutivo.
Esta novela critica una sociedad que no conoce la empatía. Se inicia con el relato de la violencia de que son objeto la madre y la abuela de Seon Yunjae a manos de un hombre que, en un estado de desesperación, ataca indiscriminadamente a un grupo de personas en la calle. Este episodio deja al descubierto la incapacidad de los otros para responder ante el dolor ajeno; aunque el único diagnosticado con alexitimia es el protagonista, los espectadores del suceso y la mayoría de personajes cercanos al niño reaccionaron sin una gota de compasión, culpabilizándolo por no haber expresado ningún sentimiento ante la masacre. Seon Yunjae posee una deficiencia orgánica, que lo convierte en un monstruo despiadado a ojos de quienes lo descalifican. Lo paradójico aquí es la insensibilidad de estos últimos, dotados de un funcionamiento típico de su amígdala cerebral, pero incapaces de aplicar esa regla de oro que marcó un hito en la evolución espiritual de la humanidad: tratar a los demás como uno quiere que lo traten.
Si bien las manifestaciones emocionales tienen una base orgánica y común a los seres humanos, su modelado no es neutral. ¿Por qué sentimos admiración por las personas multimillonarias y sus extravagancias, en vez de repulsión? ¿Por qué el miedo al pobre es tan marcado que llevó a Adela Cortina a acuñar un vocablo específico, la «aporofobia»? ¿Ha pensado alguna vez en lo extraño que resulta que la situación de pobreza, además de ingrata, desencadena un sentimiento de vergüenza en quienes la viven, o sea, que tras cuernos, palos?
En el otro extremo del espectro está la protagonista de La parábola del sembrador, novela de 1993 de Octavia E. Butler (Estados Unidos, 1947-2006). Lauren Oya Olamina padece el síndrome de hiperempatía. Según lo explica ella misma, sus neurotransmisores «están revueltos», por lo cual es capaz de sentir lo que sienten los otros, tanto en situaciones de placer («me llevo el disfrute del chico y el mío») como de dolor. Lamentablemente, estas últimas son la mayoría en el mundo distópico de 2024, donde las luchas se dan por el agua y ya no por los combustibles, los fenómenos climáticos azotan devastadoramente, las escasas oportunidades de empleo traen consigo prácticas de esclavitud solapada y la marginalidad se encarna en hordas salvajes que acaban en minutos con el sentido de normalidad que a duras penas habían logrado mantener ciertos barrios. Los astros se exhiben sin timidez; ya no rivalizan con la contaminación lumínica que tiempo atrás motivó que se hablara del derecho a ver las estrellas; el miedo natural a la oscuridad ha tomado un rostro distinto. «Las luces, el progreso, el desarrollo, todo aquello que ya no nos importa, porque hace demasiado calor y somos demasiado pobres», comenta uno de los personajes. Al igual que en el caso de Seon Yunjae, la situación de Lauren es motivo de vergüenza, pues procede de la adicción de su madre a una droga, y también debe ocultarla, ya que la hace vulnerable a las malas intenciones de los demás.
Contexto apocalíptico e hiperempatía son los componentes, en esta novela, de la fórmula que origina una religión. Un concepto asociado con la empatía es la «teoría de la mente», la capacidad del sujeto de anticipar las intenciones que el otro tiene en relación con él. El grado superlativo de este proceso sería concebir la existencia de una gran mente, una inteligencia suprema, que nos ha pensado con antelación y tiene un designio para la humanidad (Jesse Bering). No resulta extraño entonces que Lauren Oya Olamina proclame una nueva religión alrededor de un dios llamado Cambio, al cual le atribuye unos designios para esa humanidad con cuyas emociones y sensaciones físicas ella, en un gesto casi místico, puede fundirse. Al tiempo que va redactando la doctrina de «Semilla Terrestre», conduce a un grupo de vecinos de su antiguo barrio y a otras personas que se les van sumando en el camino, hacia una tierra que puede serles promisoria. Nos evoca esas imágenes que vemos a diario de tantas personas desplazadas que peregrinan por diversas regiones del planeta en busca de la tierra prometida de los países cada vez más ricos.
El mundo que presenta esta novela es inquietante. Como expresión del discurso literario y en particular de la ciencia ficción, sus reglas de funcionamiento son similares a las del mundo real. Lo ominoso radica en que la situación caótica no ocurre por un acontecimiento particular que llevaría a una ruptura abrupta con las condiciones de vida acostumbradas; todo lo contrario, parece ser el producto del devenir «natural» de esas mismas reglas que mueven nuestro mundo conocido.
Almendra y La parábola del sembrador ilustran la adopción de conceptos especializados para construir personajes literarios. Afortunadamente dicha práctica puede verse como un pretexto para poner al día el recurso de la marginalidad. Estas aproximaciones a la compleja naturaleza humana se aprovechan en la literatura para abrir posibilidades de reflexión, no de cierre de significados como podría suceder en un manual científico. Las crisis existenciales que atraviesan los personajes parecen propias de ellos, pero iluminan un contexto, un sistema social, sobre el cual recae el ojo crítico. Vale la pena seguir husmeando en las historias literarias.
Referencias
Almendra, de Won-pyung Sohn (Editorial Planeta, 2022, traducción de Sunme Yoon).
La parábola del sembrador, de Octavia E. Butler (Capitán Swing, 2021, traducción de Silvia Moreno Parrado).
Imágenes
Alicia en el País de las Maravillas, de John Tenniel:
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Alice_par_John_Tenniel_11.png?uselang=es
El cuento de un joven que se propuso aprender lo que era el miedo, de Hermann Vogel:
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Hermann_Vogel-The_tale_of_a_youth_who_set_out_to_learn_what_fear_was-3.jpg
Parábola del sembrador, de Hans Bol:
File:The Parable and the sower 1585 print by Hans Bol, S.IV 2258, Prints Department, Royal Library of Belgium.jpg - Wikimedia Commons