viernes, 3 de noviembre de 2023

UNA AMIGA HIPPIE 


Nadie puede verse a sí mismo si un amigo no le presta los ojos.

Colin Higgins


La palabra amistad y su experiencia andan de capa caída. Las redes sociales han hecho de las amistades números y de las respuestas a los mensajes figuritas. Por eso cada día es más preciado ver a otra persona a los ojos, con esa mirada atenta de que habla Simone Weil, mientras se hilvanan historias de tema en tema. En casos fortuitos los hilos pueden volverse más firmes y la persona queda como bordada a la vida de su interlocutor, al punto que tiene la capacidad de transformar la manera como este actúa o ve el mundo. Así sucede en Harold y Maude, comedia negra escrita por Colin Higgins como resultado de su tesis doctoral en la Escuela de Cine de la Universidad de California; se publicó en 1971, al tiempo que se estrenaba la película homónima de Hal Hasby, con banda sonora de Cat Stevens.


Portada de la edición de Capitán Swing (2021).


Formas de morir

A sus 79 años, Maude Chardin ha aprendido unas cuantas lecciones de la existencia. Viuda y sobreviviente del Holocausto, por su edad podría considerarse una hippie desfasada. Hace suya la contracultura de este movimiento apostando por su llamado a la paz, las drogas y el amor libre, así como por su crítica al poder. La autoridad le viene floja y antepone sus principios y placeres a la actitud represora de la iglesia, la policía y el ejército mediante acciones simbólicas como pintarles sonrisas a los santos, remover un arbusto de la vía pública y sembrarlo en un bosque o llevar a cabo un plan para impedir que recluten a un amigo. Simbólico es también el motivo de la muerte; en su base está esa intuición que esta mujer tiene de la impermanencia, del devenir.

El desenfado y optimismo de Maude entran en contacto con el enojo y nihilismo de un muchacho de 16 años. Harold Chasen representa una realidad absurda. La guerra de Vietnam sirve de marco a su vida en una familia burguesa estadounidense, con una madre superficial y sorda a sus necesidades, quien descarga su responsabilidad de acompañamiento en un sacerdote, un psiquiatra y un tío militar. Corren parejos con lo absurdo del medio en que vive Harold su gusto por los funerales, los coches fúnebres y las continuas representaciones que hace de su propia muerte. De esta forma, la obra pone en evidencia el papel de la familia represiva, microcosmos de las contradicciones del orden social, en la génesis de la locura.

Gracias a su contacto con Maude, Harold se va transformando, redondeándose como personaje. Al histrionismo de la muerte que repite el muchacho, Maude opone el sentido del imperceptible transitar hacia ella: «Empezamos a morir el mismo día que nacemos. ¿Qué tiene de extraño la muerte? No es ninguna sorpresa. Es parte de la vida. Es cambio». El nihilismo de Harold da paso a una forma de oposición al sistema y a una búsqueda del disfrute de la vida que su amiga representa.


Anuncio de la película Harold y Maude (1972).


Todavía rebelde

La edad es uno de los criterios más empleados para asignarles características a las personas y generar expectativas acerca de ellas. En el caso de los viejos un elemento fundamental es, quiérase o no, el deterioro. Resulta un gran modulador de las expectativas sociales, tanto que a la vejez se la puede considerar una «edad del todavía». Pero ese «todavía» no es el de cierto tipo de programaciones que apuntan a una potencialidad por alcanzar; «No soy lo suficientemente asertiva (segura, ágil, etc.) todavía» es un ejemplo de lo que se dicen quienes atribuyen a la palabra el poder de obrar cambios en su comportamiento. En nuestro caso, el adverbio alude a la inminencia de perder una facultad, estado o atributo físico; «Usted está muy bonita todavía» es un piropo a medias que empiezan a oír las mujeres a partir de cierta edad.

Bajo la apariencia de una encantadora e ingenua abuelita, Maude se rebela alegremente contra esos discursos que en los años sesenta podían definirle un lugar: una vieja tiene que estar en su casa, en una actitud casi contemplativa, cuidando su salud, prodigando amor a sus nietos... En este sentido, la obra no adopta el tono beligerante de la lucha social, que la propia Maude dice haber dejado en el pasado, con el paraguas de ir a las manifestaciones, sino el de una invitación a aceptar y amar. El crítico de cine Matt Zoller Seitz observa que la rebeldía no se da contra el orden establecido o contra ciertos grupos sociales; lo que se busca aquí es que la gente sea auténtica, que prevalezca el aprecio que acerca a las personas, y no el juzgamiento.

A Maude parece invadirla esa intuición de que toma muchos años conocer lo importante y, cuando ya se lo conoce, casi no hay oportunidad de aplicarlo. Por eso su reacción es la de muchas personas viejas: aconsejar a las más jóvenes, como en los cuentos maravillosos, a fin de que encuentren la clave para superar la adversidad sin verse obligadas a hacer el largo y penoso aprendizaje que da la experiencia.

Cuerpo de vieja

El propio cuerpo constituye un primer lugar donde se puede experimentar aprecio y aceptación, como gesto rebelde ante las imposiciones sociales.

Poco sabemos de la apariencia de Maude. Solo tenemos la demoledora descripción genérica salida de boca del padre Finnegan como argumento para disuadir a Harold de casarse con ella: «el hecho de que tu cuerpo […] cohabite con la carne marchita, los pechos caídos y las nalgas fofas de la mujer madura […] con toda sinceridad, me da ganas de vomitar».

En cambio, la desnudez de Maude mientras posa para que un escultor evoque los contornos del cuerpo femenino echa por tierra las demandas sociales acerca de este. Con su gesto atrevido, ella nos recuerda que sigue siendo una mujer, que los años no la han llevado a convertirse en otro tipo de criatura, pese a la invisibilización social de que son objeto primero las viejas (luego les llega el turno a ellos), materializada aquí en el asco del religioso.

En las palabras y hechos de esta mujer, hay un aprecio del cuerpo que funciona y permite el desplazamiento, de esa especie de máquina que nos lleva y nos trae por la existencia, no de ese objeto de ostentación motivo de la frase de Joaquín Sabina: «Si el mundo fuera ciego, ¿a cuánta gente impresionarías?». Hablando de objetos de falso prestigio, Maude le cuenta a Harold la anécdota de un alemán amante de los autos a quien la guerra dejó a a solas con su cuerpo, que afinó y puso a funcionar de maravilla, al punto que acabó convencido de que «los coches van y vienen, pero el cuerpo es el medio de transporte para toda la vida».

Pasarla bien

La fugacidad de nuestro paso por el mundo es el mejor antídoto para las ilusiones de poder. Ante la vida frágil, finita, vulnerable, la acumulación egoísta de bienes materiales no resuelve lo fundamental cuando los duros reveses del camino hacen su aparición. «No somos dueños de nada. Este mundo es transitorio. Llegamos a él sin nada y nos marchamos sin nada...»: la sorpresa de Harold obliga a Maude a explicarle por qué toma los autos de otros con un juego de llaves que le heredó un amigo.

Frente a esa realidad, una fórmula para el disfrute consiste en sacudirse la moral si lleva al aburrimiento, si da al traste con la alegría de vivir: «No te limites a ser bueno. Haz que pasen cosas buenas» es la sentencia que Maude atribuye a Confucio y en la que refleja sus ganas de zafársele al sistema y a la mirada del otro. Esa mirada cada día más controladora, merced al carácter panóptico de dispositivos como las redes sociales, donde voluntariamente somos objeto de exhibición.

La protagonista nos invita a reírnos de nosotros mismos, una de las mayores expresiones de liberación personal: «Todo el mundo tiene derecho a hacer el ganso. No dejes que el mundo te juzgue tanto». Para ello es necesario quitarse la pesada capa del ego, que nos infla y nos lleva a tomar muy en serio nuestra imagen, nuestra reputación, nuestras ideas. No es gratuito que en la obra se repita «Esto también pasará»; relacionada con un cuento sufí («El anillo del rey»), esta frase puede servir tanto de consuelo ante las adversidades como para no vanagloriarse con los éxitos.

Una misma especie

¿Quién es? ¿A qué se dedica? ¿De dónde viene? ¿Cuál es su filiación política? ¿Cuál su orientación sexual? ¿A qué clase social pertenece? Separar, discriminar entre unos y otros, es un ejercicio cognitivo que permite organizar el mundo. Sin embargo, puede convertirse en un arma si se basa en el odio, si aglutinar a las personas por rasgos diferenciadores puede hacer de unos grupos el objeto de depredación de otros; una escena muy fuerte del texto ocurre cuando el tío de Harold le habla de las chicas de ojos rasgados como estímulo para que se una al ejército.

Maude realiza el ejercicio inverso. «Está claro que tienes don de gentes», le dice Harold cuando la ve compartir con desconocidos en una feria. Y ella le responde: «Bueno, son de mi misma especie», reduciendo a la humanidad a su categoría más biológica, despojándola de cualquier tipo de distinción que genere divisiones y guerras. Cuando en el hospital una enfermera le pregunta por su pariente más próximo, ella le responde «la humanidad». Más puentes, menos murallas es casi un eslogan de esta obra.


Kleine Margarita, de Ol Kaynilmaz (2019).


Ninguna margarita es igual que otra. Cada una tiene un detalle que la hace única. Como ellas, los seres humanos no pueden reducirse a números, como terminan siéndolo las víctimas de la guerra y de otras injusticias. La película de Hal Hasby combina, en un momento dado, la imagen de un campo de margaritas con la de un cementerio. Maude proclama que cada persona es única, pero tampoco lo plantea en el sentido del individualismo que destruye la preocupación por el bien común. Ese aprecio por lo singular de cada persona se conjuga con la convicción de formar parte de la humanidad.

Despertar el amor

«Estoy cambiando. Como del invierno a la primavera». La muerte del personaje encierra el simbolismo de dar espacio a lo nuevo. Así la despoja de lo absurdo pues, en su caso particular, ha abierto el camino al amor. Cuando en medio del llanto y la desesperación Harold le declara su afecto comprometido, ella le pide que siga queriendo a otras. En este mundo de relaciones egocéntricas, abrumadoras o de mera conquista, nuestra amiga hippie plantea la posibilidad de entablar relaciones que hagan despertar el amor como disfrute, sin apego, como una manera de abrirse al mundo y admirar su belleza.

No en balde este texto de Colin Higgins es contemporáneo de la obra transgresora de David Cooper. En La muerte de la familia, el antipsiquiatra apunta al amor como posibilidad de cambiar las relaciones que nos constituyen: «Tal vez la única forma de que las personas, íntimamente imbricadas las unas con las otras en el seno familiar y en las réplicas de la familia que son las instituciones sociales, puedan desplegarse sea gracias al calor del amor».


Referencias

Harold y Maude, de Colin Higgins (Capitán Swing, 2021).

Harold and Maude: Life and How to Live It, de Matt Zoller Seitz. Recuperada de

https://www.criterion.com/current/posts/2337-harold-and-maude-life-and-how-to-live-it

La muerte de la familia, de David Cooper (Planeta-De Agostini, 1986).


Imágenes

Portada de Harold y Maude (Capitán Swing. 2021). Recuperada de

https://capitanswing.com/libros/harold-y-maude/

Cartel de la película Harold and Maude (Paramount Pictures, 1972). Recuperada de

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:1972_-_Nineteenth_Street_Theater_Ade_-_11_Jun_MC_-_Allentown_PA.jpg.

Dominio público.

Kleine Margarita, de O. Canyilmaz (29 de mayo de 2019). 

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Kleine_Margarita.jpg?uselang=es



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