domingo, 24 de octubre de 2021

 UNA VIDA DE RETAZOS




Cynthia Ozick

El chal

Barcelona, Lumen, 2016, 99 páginas


La temática del Holocausto ha sido motivo de reflexión en muchos textos de nuestra cultura occidental. El cine, la literatura, la historia, por citar solo algunos, han presentado diversas facetas de este crimen. Desde el famoso Diario, de Anna Frank, pasando por películas al estilo de El juicio de Dios, de Andy de Emmony, y ensayos psicológicos sobre el sentido de la vida y la resiliencia, como los de Viktor Frankl y Boris Cyrulnik, el desgarro que sufrió la humanidad es un tema del que se siente necesidad de hablar, para no olvidar que el exterminio de poblaciones sigue sucediendo y que no se trata de estadísticas, sino de seres humanos con existencia individual y cuyos anhelos se ven truncados para siempre. La novela El chal presenta esa visión del sufrimiento que destroza la vida de las personas y las hace perder el sentido de existir, al punto de hallarse enajenadas del mundo.

Cynthia Ozick es una de las más destacadas escritoras contemporáneas, tanto así que su nombre suena de manera recurrente cuando se habla de candidaturas al Premio Nobel. De ascendencia judía, su obra poética, narrativa y ensayística explora el tema de la inmigración y de cómo el desarraigo afecta la identidad de las personas. Desde sus primeros escritos (Trust, novela publicada en 1966), se nota su inquietud por la temática del judaísmo; esta se ratifica en su cuento "El rabino pagano" (1971), donde trata por primera vez el Holocausto, que estará presente en sus obras posteriores, como El chal (1980), El Mesías de Estocolmo (1987) y el ensayo "Who Owns Anne Frank" (2001). Es posible ver en El chal, a cuarenta años de su publicación, el anticipo de una preocupación ética permanente en la obra de Ozick y que nació del testimonio indirecto de un libro de William Shirer sobre el exterminio de niños judíos a quienes se lanzaba contra las alambradas eléctricas.

Reconstruir la trama es tarea sencilla. Un solo hilo argumental se desarrolla en esta obra que, por su extensión y por la ausencia de subtramas, está en los linderos de un cuento largo. Rosa, la protagonista, ha visto morir a su hija Magda en un campo de concentración; tres décadas después habita en Miami, en una pensión que le costea su sobrina Stella, tras haber destruido, por propia mano, una tienda de antigüedades que tenía en Nueva York. Entre los intentos de "curación" de un estudioso de la Universidad de Kansas y los consejos y regaños de Stella, Rosa lleva una vida solitaria, hasta que aparece Simon Persky... Ahora bien, en esta obra no importan tanto las acciones ni esos giros narrativos que hacen de la lectura de otros textos una expectativa constante. Interesa más el ensamble de varios elementos que transmiten una situación existencial determinada.

En el espacio y tiempo en que transcurren las acciones, los personajes aparecen despojados de su condición humana. Stella y Magda se describen por partes en el campo de exterminio, ese "lugar sin piedad" de que habla el narrador: "Sus rodillas eran tumores sobre dos palos; sus codos, huesos de pollo"; "sus piernas de palillo, su barriga hinchada como un globo y sus brazos en zigzag". El ejemplo más notorio es el de Rosa, la madre sin voz, a quien la amenaza de muerte la inhibe de reaccionar cuando arrojan a su hija contra la alambrada.

Estableciendo un contraste significativo con la situación antes descrita, los objetos se cargan de simbolismo, y hasta podría decirse que se humanizan. Ante aquellos personajes desmembrados y desposeídos incluso de lo más humano como es la palabra, las cosas parecen cobrar vida. El chal acuna, protege, calienta, amamanta, es como la vuelta al espacio seguro del útero materno. Sin embargo, no es posible permanecer allí; el mundo externo se impone, con toda su perversidad: la alambrada, que mata, también le habla a la protagonista. En Miami, la situación no cambia: un botón deja ver la miseria de Rosa; el vestido a rayas, regalo de Stella, es una vuelta al campo de concentración; el calzón robado también porta un sentido humano, pues se asocia con la intimidad mancillada y al mismo tiempo con la posibilidad de deseo del otro: "Junto con la ropa interior, había perdido la dignidad ante Persky".

En ese universo fragmentado, la construcción de los personajes no puede ser sencilla; hacerla fácil iría en contra de una condición psicológica y existencial que permea el texto. Así las cosas, los personajes aparecen desde la perspectiva de la protagonista, Rosa Lublin (o Lublin Rosa, como prefiere presentarse a sí misma ante los otros), una "loca y chamarilera". Ello exige un pacto de lectura marcado por la incertidumbre, pues aunque hay un narrador en tercera persona, este adopta el estilo indirecto libre para dejar que la voz de la mujer se cuele entre sus palabras.

La frase con que se abre el texto: "Stella, fría, fría, la frialdad del infierno" pone al descubierto el discurso interior de Rosa. Mediante este se accede a los otros personajes quienes, desde la óptica de ella, son sus antagonistas: Stella, su gran enemiga desde la época del Holocausto, causante de la muerte de Magda y también demoledora de sus fantasías; el doctor Tree, ese científico que obtiene buenos réditos de estudiar el sufrimiento ajeno; Simon Persky, el recién conocido que sustrae una de sus prendas íntimas. Además, tales antagonistas adoptan la figura de ladrones, central en el mundo de esta mujer, pues la imagen del despojo siempre la acompaña. El discurso interior de Rosa hace que, en ocasiones, los papeles incluso se inviertan, como si se tratara de dos mundos distintos; por ejemplo, en las cartas que le escribe a Magda, la sobrina es la loca a quien se debe tranquilizar: "Stella dice que te he convertido en una reliquia. (...) Para aplacar su demencia, para que no se exalte, finjo que estás muerta".

La angustia del ser que experimenta Rosa propicia que esta novela pueda leerse desde una óptica existencialista. La enajenación y el desarraigo han destrozado su vida dejándola en retazos. Ese proceso de desintegración tiene que ver con recuerdos perdidos, donde la ropa, que cubre y protege (el chal), también descubre y revela (el mismo chal, el botón perdido, el calzón robado). Existe una tradición de confeccionar colchas de retazos a partir de telas procedentes de prendas de vestir o de otros trapos del hogar, como una forma de activar los recuerdos familiares. De manera semejante, la historia de Rosa se arma pedazo a pedazo, a partir de los recuerdos (no en balde, además de "loca", ella es "chamarilera") conforme avanza en su soliloquio interno (su delirio), de su diálogo con otras voces (con las cartas que recibe y que escribe, con la alambrada), de sus ensoñaciones o recuerdos. En una especie de contrapunto entre diversas voces, se va tejiendo su historia; así, en relación con el origen de Magda, por ejemplo, Rosa contesta interiormente a Stella acerca de la "mentira" de que su hija sea producto de una violación por un oficial de la SS: "Apenas conocía las preferencias de Magda a esta edad, o sus posibles habilidades; ni siquiera sabía cuáles eran sus inclinaciones intelectuales. Y además siempre recelaba un poco de esa otra vena, fuera la que fuese, que corría por la sangre de Magda. En realidad no era ella quien recelaba, sino Stella, y eso a Rosa le suscitaba cierta perplejidad".

Más allá de los conceptos abstractos que pretenden explicar las vidas de los personajes, estos se construyen a la luz del devenir de su existencia, cuyo sentido (o sinsentido) solo se alcanza mediante la recuperación de esos fragmentos que la componen. Ante ello tiene poco que decir la ciencia. El sufrimiento se presenta, en esta obra, como una experiencia humana inclasificable, inasible por los discursos científicos, que aparecen aquí en su lado más deshumanizante. El doctor Tree personifica esa intención de la ciencia de dotar de sentido el sufrimiento de las víctimas del Holocausto, categorizando la condición de Rosa bajo la etiqueta de "superviviente" y su reacción ante el sufrimiento como "formación grupal defensiva", ante lo cual la protagonista responde con un profundo rechazo: "Y para colmo la palabra que utilizaban: 'superviviente'. Algo nuevo. Con tal de no tener que decir 'ser humano'. Antes era 'refugiado', pero ahora esa criatura ya no existía, ya no había refugiados, solo supervivientes. Un nombre que era como un número, para contarlos aparte de la manada".

Cuando el texto parece alcanzar su momento más intenso, del cual se podría suponer un mayor desarrollo de la trama, el concierto toca sus notas finales, casi como un golpe bajo al lector. Algunos hilos dramáticos se han ido tejiendo, pero siempre supeditados a configurar el personaje principal. Aunque nuevos objetos van cobrando un carácter simbólico (el teléfono, la ensalada de berenjena, las rosquillas y el té), como si se tratara de un anticipo del abandono del soliloquio interior para entrar en un diálogo que deja ver la "recuperación" de cierto vínculo social, nada está concluido. El final queda abierto, como abiertas han sido las posibilidades interpretativas de esta obra.






  DOS RÍOS: SU CENTRO HISTÓRICO A Rafael Méndez Mora,  mayordomo de la ermita  de San Francisco de Dos Ríos entre 1898 y 1900 En una entrada...